domingo, 29 de noviembre de 2015

Duidas

Por el agua que le fluye por dentro,
por sus raíces que emergen desde la tierra amiga,
por el viento que cuela entre sus hojas meciéndolas,
y el fuego que despierta en la fricción de sus ramas,
que se elevan hacia el cielo infinito,
los Druidas contemplamos en el árbol
la Esencia del Mundo.

Su nombre es el que más viene a evocar la religión y la magia celta. Y se sabe con certeza que existieron en Irlanda y Francia. Los Druidas galos viajaban a Bretaña para visitar los santuarios y las renombradas escuelas iniciáticas de Bibractis y Alesia. De esta última ciudad se dice que era el equivalente céltico a la Tebas egipcia. Mientras que Bibractis fue el alma de las primitivas naciones de Europa y era famosa por su colegio sagrado de Druidas, donde llegó a tener 40.000 alumnos que aprendían filosofía, literatura, gramática, jurisprudencia, medicina, astrología, arquitectura y ciencias ocultas. 

Tenía también un anfiteatro, rodeado de colosales estatuas, capaz de albergar cien mil espectadores, un capitolio y templos de Plutón, Proserpina, Júpiter, Apolo, Minerva, Venus, Anubis, Jano y Cibeles. También poseía acueducto, fuentes, baños públicos y murallas levantadas en los tiempos dorados.

Los romanos no respetaron nada de eso y las entregaron a las llamas sin perdonar siquiera sus tesoros de literatura y de ciencias ocultas. El saqueo y la destrucción de esos preciosos documentos casi igualan, en dimensiones vandálicas, a la famosa Biblioteca de Alejandría, degollando allí mismo, frente a los altares, a todos los Druidas y sus neófitos. Conozcamos un poco mejor quienes eran en realidad estos personajes, a medio camino entre la realidad y el mito.




La Senda del Druida
 

No había enseñanza de los Druidas que no se correspondiera con alguna observación de la Naturaleza. De hecho, era de allí de donde extraían todos sus conocimientos. Y eran famosos en toda Europa por la excelencia de sus escuelas druídicas, también conocidas como Cors, de sus bibliotecas y de su sistema de enseñanza. Entre sus principales centros de estudio, además de los ya mencionados, se encontraban la escuela de los eduos en Francia, Tara en Irlanda, Paplam en España, Anglesey en Gales, Oxford en Inglaterra e Iona en Escocia. El principal Cor de los Druidas se encontraba en Anglesey, también llamado Mona. El Cor para las Druidesas se encontraba en la mítica Avalón. 

Los Druidas mantenían la creencia de que únicamente a una determinada edad los niños podían empezar sus estudios junto a ellos. Si empezaban tarde ya era muy difícil su aprendizaje y si lo hacían demasiado pronto se atrofiaban. Su admirable sistema de enseñanza se basaba en darle la misma importancia a lo visible que a lo invisible del mundo. El niño es apartado de la sociedad para conservar las facultades innatas que posee y no verse entorpecidas por los prejuicios y los conceptos que el intelecto ejerce sobre nosotros. Así educado, mantenía de adulto la capacidad de “ver” los elementales que habitan en la Naturaleza, estableciendo con toda normalidad una relación directa entre un mundo y el otro. Es lo que ocurre en la leyenda de Arturo, el Rey Caballero. Merlín, arquetipo del Druida, se lleva al niño bajo su tutela a un lugar apartado del bosque de Brocelianda, donde le prepara durante algún tiempo para su futura misión como Rey. Cuando más tarde Arturo obtiene la espada Excalibur, extrayéndola de la piedra donde estaba incrustada, forma junto a Merlín la pareja Rey-Druida sin la que ninguna sociedad celta puede existir. 

Hoy están de acuerdo todas las tradiciones esotéricas, que para ser un Rey de la Naturaleza, primero hay que conocer nuestra naturaleza y hacernos Rey de sí mismo. Y conocerse a sí mismo, es conocerla a Ella.  Los Druidas, a diferencia de los otros rangos anteriores, Vate y Bardo, practicaban una castidad sagrada que la misma Iglesia Católica Romana aceptó y asimiló, aunque no la comprendió. Y así les ha ido. Según Julio César que les combatió pero al mismo tiempo les profesó una gran admiración, los Druidas eran muy versados en los movimientos de las estrellas, en la geografía y en una filosofía basada en las leyes de la Naturaleza. Y fue por su gran Sabiduría por lo que fueron perseguidos de forma encarnizada, sabedores de que destruyendo “el alma del pueblo”, el resto acabaría muriendo por sí solo. 

Como finalmente ocurrió. 

La Magia de los Celtas 

Estaban tan convencidos de la inmortalidad del alma, de ellos es la Doctrina de la Metempsicosis o Transmigración de las Almas, que los celtas no sólo no temían morir, sino que llegaban incluso a aplazar sus deudas más allá de la muerte, seguros de poderlas pagar en otra existencia posterior. Esta creencia, muy similar a la reencarnación hindú, demuestra que en la antigüedad más remota de la humanidad, tuvo que existir una única religión universal de la cual divergieron las actuales, lo que explicaría las múltiples similitudes existentes entre ellas. 


El mundo celta era un mundo mágico, muy alejado de la visión bárbara con que se les quiere mostrar. Pero vivían su magia no como un aspecto religioso, sino que la aplicaban a los acontecimientos cotidianos. De esta forma, los elementos del mundo natural, ríos, arroyos, nubes, animales y muy especialmente, los árboles, eran motivo de ofrendas. Los celtas no necesitaban construir templos, ya que para eso estaba el bosque. Y un claro lo suficientemente ancho, su lugar de ceremonias. El culto se oficiaba por la noche, a la luz de la Luna, cuando la energía femenina fluye con mayor intensidad. 

Sus ritos y festividades más importantes estaban relacionados con los cambios estacionales, los solsticios, equinoccios, las épocas de cosecha y siembra, etc. 

La noche del 31 de octubre al 1 de noviembre se inicia la festividad de Samain, que persiste en nuestros días con el nombre de Halloween, como deformación de “sa’uin”, que es su pronunciación correcta. Esta festividad marcaba el inicio del año nuevo, cuando se abren las puertas al mundo del sidh, el Más Allá de los celtas, y comienza el periodo de introspección, de meditación. Samain significa “final del verano” y es la festividad más importante del calendario céltico. Como ocurrió con otras celebraciones, la Iglesia de Roma de manera inteligente, adoptó como propias algunas fechas clave de las culturas paganas, estableciendo en este caso la fiesta de Todos los Santos. En esos días, existe un paralelismo con lo que sucede en el exterior; el Sol pierde fuerza, hay menos luz y los ritmos de crecimiento de la Naturaleza son más lentos. Durante tres días y tres noches se restablece la comunicación entre los seres humanos y los seres mágicos: difuntos, dioses, hadas... Las casas permanecen abiertas y la cena preparada para cualquier espíritu que se digne a aceptar su hospitalidad. En esa festividad era cuando se apagaban todas las antorchas y hogueras del poblado excepto el inextinguible Fuego Sagrado, cuyo rito siguió celebrándose en el Templo de Vesta de Roma, donde las sacerdotisas velaban por la continuidad del áureo misterio.
 

Elegían para sus reuniones ciertos lugares sagrados o puntos telúricos de la Tierra, como el que hoy ocupa la catedral francesa de Chartres, donde precisamente se encontró una estatuilla que representa a una joven con velo, sujetando a un niño en sus brazos. ¿No resulta familiar esta imagen? Efectivamente, los celtas rendían culto a la Diosa Madre, que para ellos era Danu, que al cristianizarse sería Maria y que anterior a ambos fue Isis. De esta última Diosa egipcia se encontró una estatua en el lugar que hoy ocupa París, dando nombre a esta ciudad “Par Isis”. 

Estos lugares sagrados de los Druidas eran marcados con dólmenes, menhires y cromlechs, para potenciar, a modo de acupuntura terrestre, los efectos activos de Gea, la Madre Tierra, sobre la Conciencia humana. Muchas de esas construcciones se utilizaban en los ritos iniciáticos relacionados con la muerte mística. Es decir, aquella muerte que le permite a uno, en vida, saber que cosa es la resurrección. Los túmulos funerarios como el de Newgrange en Escocia, dejan bastante claro este punto. La resonancia del interior y su ubicación sobre el terreno, hacían propicias ciertas experiencias que el aspirante padecía, que le ponían en contacto con estados cercanos a la muerte. De allí salían los futuros Iniciados. Y aunque muchas de esas construcciones no fueron levantadas por ellos, sí fueron utilizadas para sus rituales de Iniciación. Tal es el caso del famoso complejo astronómico de Stonehenge en Inglaterra o Carnac en Francia, vinculado con el templo egipcio de Karnak.
 

Para los celtas no existía distinción entre lo sagrado y lo profano, pues para ellos absolutamente todo tenía carácter sacro. La existencia terrenal era considerada una etapa de aprendizaje destinada a la evolución espiritual de cada individuo y la dividían en tres círculos. El Círculo de Abred es la evolución de las almas desde el comienzo de la Creación; el Círculo de Gwynuyd corresponde a los que se han liberado del ciclo de reencarnaciones, la rueda del Samsara, como dirían los hindúes; finalmente, el Círculo de Ceugant corresponde al Dios Absoluto.
 

El guerrero galo se hallaba muy vinculado a la casta druídica y era entrenado en los santuarios sagrados. Entendía que la batalla es personal, contra sí mismo, y un proceso constante que conduce a su auto-transformación interior. Su visión combativa estaba ligada a una sólida espiritualidad basada en el respeto y el tributo a las fuerzas naturales y a todos los habitantes visibles e invisibles del Universo. Marchaba a la batalla sin miedo a la muerte, convencido de la inmortalidad de su Ser y su posterior reencarnación. Su único temor era, “que el cielo se rompiera en pedazos y cayera sobre sus cabezas”, expresión que hace referencia al mito del Diluvio Universal, que hizo desaparecer la civilización anterior. La bravura de los celtas en la batalla era proverbial en el mundo antiguo. El propio Aristóteles proclamaba que no temían a nada “excepto un terremoto de olas”. Los guerreros formaban una casta con sus propias ceremonias rituales, que dependía directamente de los Druidas. De aquí deducimos que la familiaridad con la muerte y el firme convencimiento en su mundo espiritual, es lo que hacía de estos guerreros unos temibles adversarios. Lógicamente, debemos hacer distinción entre el comportamiento vulgar y brutal con que se suele mostrar a estos guerreros, que algo de verdad seguro que tendrá, con aquellos otros cuya mística les hacía trascender el mero componente militar de la batalla, para obtener un desarrollo espiritual que también pretendieron otras órdenes caballerescas del mundo antiguo. 


El sidh consistía, para ellos, en una especie de Cielo situado en la Isla de Avalón, la Isla de las Manzanas de Oro, a la cual llegaban navegando. La persona capaz de navegar sobre esas simbólicas aguas, que representan nuestra sexualidad, se hace digna de acceder a ese sagrado lugar. Recordemos que Aquiles fue sumergido por su madre en las aguas de un río, lo que le hizo invulnerable. Pero al igual que este héroe griego tenía su punto débil, justo en los talones donde no fue sumergido, ¿acaso la humanidad no tiene en el sexo su yugo esclavizador cuando no es sabiamente utilizado?  

Una vez en ese Paraíso, el tiempo se detenía. 

La Sabiduría de los Árboles

La religión druídica, recordemos que Religión es re-ligare, volver a unir el alma con Dios, partía de una observación aguda de la Naturaleza y de las energías sutiles que emanan de los espíritus de los Árboles sagrados. El mundo de las plantas era de gran importancia para los Druidas, ya que basaban en ellas no solamente los ritos mágicos, sino también todo el arte de curar y vencer a la enfermedad, que seguramente tenía connotaciones rituales. Ellos consideraban que cada árbol poseía un espíritu propio y era un nexo de unión entre el mundo terrestre y el divino. Sabían que lo que confiere cualidades curativas a una planta, es el elemental que ella contiene. Y es a él a quien solicitaban autorización para curar, sanar o aliviar. Es de sobra conocido el profundo respeto que tenían los celtas por el bosque y todo lo que él contenía. Cualquier profanación que se realizara en lo que para ellos era su templo, se pagaba con la muerte. Y podemos imaginarlos solicitando permiso a los dioses protectores del bosque, antes de internarse en él. Aquella época era de completa y total armonía con la Naturaleza. Se podría hacer una comparación entre la cultura celta y la indígena norteamericana. Para ambas, el Sol, la Luna, el viento, la lluvia, etc., todo formaba parte de una misma familia. En cambio ahora, las personas somos el principal enemigo de la Naturaleza. Nuestra soberbia nos hace suponer por encima de sus misterios, negándonos a nosotros mismos toda posibilidad de conocerlos.
 
Para el celta, los árboles constituían un símbolo de ciencia, misterio y vida. Y como tales eran respetados. La recolección de hierbas o plantas con fines terapéuticos, debía realizarse de acuerdo a unas pautas a las que debían atenerse estrictamente, si es que querían obtener el efecto curativo deseado. Ya hemos mencionado algo al respecto. Así lo atestigua también un documento que, aunque muy posterior en el tiempo, conserva los principios de los antiguos Druidas. Se trata del manuscrito “Precatio Omnium Herbarum”, que se conserva en la Facultad de Montpellier y que contiene una invocación a la Madre Tierra y una petición de permiso para tomar las plantas que en ella se encuentran. Más que una observación profunda de la Naturaleza, el Druida buscaba la integración con la misma, de su Alma con el Alma de las cosas. El conocimiento a través de las unión de las Conciencias, que lo convierte de esta forma en un Chamán, un ser que se comunica con el mundo de los espíritus. 

Hacían mucho hincapié en el contacto con la Naturaleza no sólo a nivel físico sino espiritual. Su misticismo está lleno de cuentos y leyendas repletos de símbolos arquetípicos que al igual que los koan del Budhismo Zen, van dirigidos a la Conciencia, no al intelecto.
 

Los Druidas poseían un alfabeto propio, el ogham, cuyas letras eran las iniciales del nombre de una serie de árboles y arbustos. Se atribuía la creación de este alfabeto al dios Oghma, llamándosela por tanto, escritura “oghámica”. En esta peculiar escritura cada letra está representada por una hoja de un árbol en especial, que más tarde era atada junto con otras para formar palabras y oraciones. Los versos druídicos sagrados, al no poder escribirse con mano humana puesto que estaba prohibido, eran registrados de esta forma para que fuera la Naturaleza y no el hombre quién dejara constancia de ellos. Posiblemente por esta razón, nos referimos a las páginas de los libros como “hojas”. Cuando los Druidas deseaban comunicarse a larga distancia, recurrían a recipientes o sacos donde conservaban hojas recolectadas. Luego procedían a intercalarlas según su correspondencia alfabética a lo largo de un hilo de tripa, es decir, nudos intermedios que podían ser efectuados para facilitar el descifrado, para finalmente entregarla envuelta en un corte de cuero o dentro de una caja a un mensajero. Aún cuando el recado fuese interceptado, sólo una persona instruida podría interpretar el mensaje.
 

Según Plinio el Viejo: “Los Druidas tienen por lo más sagrado al muérdago y al árbol en que crece, suponiendo siempre que ese árbol es un roble. Su recolección se efectuaba el sexto día lunar... porque la Luna tiene ya una fuerza considerable sin estar todavía en el punto medio de su recorrido".
 

La recogida del muérdago se desarrollaba en condiciones muy precisas. El Druida corta el muérdago con una hoz de oro, especialmente consagrada. Aquí el simbolismo luni-solar es evidente. El oro es la imagen del Sol, y la hoz, el creciente de la Luna. El Sol representaba al Druida, mientras que la Luna representaba a la Druidesa. Si no existía cooperación entre la pareja, la magia no era posible. Se depositaba la planta en un paño blanco, del mismo color que sus hábitos. Esta función correspondía al jefe principal de los Druidas. Tras su recogida se celebraba un sacrificio de toros blancos. Esto no era un ritual aislado, sino que formaba parte de un conjunto ceremonial que nos sigue siendo desconocido. Los árboles, decíamos, eran símbolo de resurrección, de la unión entre la vida y la muerte, entre la Tierra y el Cielo. Y el muérdago, al ser una planta parásita que crece directamente del Árbol-Madre, fue reverenciado como una rama divina salida de un árbol terrestre. O sea, la unión de la divinidad con la humanidad. Para los celtas esta planta simbolizaba el sacrificio divino, el descenso del Espíritu a la Materia. Mediante la observación de los árboles, los Druidas hasta podían predecir el destino de las personas. Se dice que en aquella época había tal cantidad de árboles en el continente, que una ardilla podía pasar de un extremo a otro sin tener que tocar el suelo. Evidentemente, en la actualidad tal hazaña es imposible, a no ser que la ardilla sea piloto de helicóptero. Igualmente difícil es recuperar el sentido mágico en el diario vivir que aquellas personas poseían. ¿Eran ellos los ignorantes o lo somos nosotros?