“La mujer es una mezcla misteriosa de dulzura, suavidad y gracia. Es un conjunto de servicio, paciencia y amor. Es el emblema de la belleza, el encanto y la magia tentadora de Maya. Consuela y anima a su esposo, hijos y huéspedes. Incluso Brahma, el Creador, fracasó al descubrirla plenamente. Es algo misterioso que proporciona encanto a este mundo. Sin ella, la casa está vacía. Sin ella, el hombre queda desamparado. Sin ella, este mundo pierde todo su encanto. Sin ella, no habría Creación”.
Swami Sivananda
Basándonos en los datos arqueológicos e históricos que sobre este tema hemos podido consultar, vamos a intentar conocer los orígenes del matrimonio, y del papel de la mujer en los cultos de la Antigüedad. Y para una mejor comprensión de este punto, nada mejor que rescatar, de las brumas de la historia, la imagen de la Sacerdotisa del Amor, aquella mujer comprometida con la Diosa Madre y que, de hecho, era su representación terrenal. Existen numerosos hallazgos arqueológicos que demuestran la existencia de esas mujeres que, desde la niñez, estaban dedicadas por completo a sus labores en el Templo de la Diosa. Pero vayamos por partes.
Veamos, aunque sea superficialmente, como el culto a lo femenino ha ido circulando a través de la historia.
Son diversos los investigadores que coinciden al considerar las cavernas en las que se refugiaban nuestros antepasados, como lugares escogidos siguiendo un criterio que, para nada, se abandonaba al azar. Y ese criterio, aparte de motivos de protección y supervivencia, nos dice que dichas cuevas constituían, para ellos, el útero de la Madre Tierra. Las pinturas encontradas en su interior expresan, muchas veces, alusiones sexuales que corroboran ese simbolismo. Los hallazgos, en esos lugares, de numerosas Venus como la de Willendorf, también apuntan en esa dirección. En cualquier caso, parece ser que la idea de la Diosa Madre caló en el ser humano desde los primeros tiempos y tendría su continuidad en los ritos egipcios de Isis, con su hijo Horus en brazos, o en los cultos medievales de la Virgen María, con el niño Jesús en su regazo, cuyas similitudes no se deben atribuir, en absoluto, a la casualidad.
Nadie aporta razones convincentes acerca de porqué la mujer no puede ostentar cargos importantes dentro de la Iglesia, incluso participar en relación de igualdad con el hombre de los oficios litúrgicos. Al margen del nuevo culto al Dios masculino que, en un determinado momento se instauró, surgió otro culto que aportaba a la mujer un papel con idéntico protagonismo al hombre. Cómo no, es en el Antiguo Egipto donde podemos observar cómo la existencia de sacerdotes y sacerdotisas, demuestra que, en algún momento de la historia posterior, se quiso modificar esta situación, haciéndola más favorable y con un predominante liderazgo hacia el hombre.
Como decíamos, eran las mujeres las encargadas de representar, aquí en la Tierra, a Dios Madre, el aspecto femenino de la divinidad, que fue conocido por innumerables nombres en diversas épocas y lugares. En Sumeria, fue llamada Inanna y en Babilonia, Ishtar. Los persas adoraron a Anahita, mientras que hebreos y fenicios lo hicieron a Anath, también conocida como Astarté. En Egipto, fue identificada como Isis. En Creta, como Cybeles, y los romanos, como Venus. En Grecia, fue Afrodita, la representante del Amor y en el cristianismo, la Virgen María dio imagen a nuestra Madre Divina.
La Diosa ocupaba un lugar privilegiado en todos los cultos de la Antigüedad, por ser símbolo del Amor y la Fertilidad, hasta que fue relegada a segundo plano con la instauración del culto patriarcal. Las gentes profanas, dejaron de tener como divinidad principal a Dios femenino, para sustituirla por Dios masculino. Pero aquellas corrientes conocedoras de la verdadera Tradición, herederas de los cultos primitivos, continuaron manteniendo el culto a Dios Madre. Aunque, en realidad, Dios y Diosa son dos aspectos de una misma entidad.
De hecho, la palabra hebrea Elohim, que define a Dios, se traduce igualmente en masculino que en femenino, en hombre o en mujer.
La Pareja Divina
Acercándonos un poco más a esa primera visión que, sobre la pareja, se tenía en esas épocas, decíamos que las sacerdotisas representaban a la Diosa. Por tanto, tuvieron que existir también en ese culto, unos sacerdotes que complementaran esa dualidad. Y ya tenemos a la pareja oficiante, que nunca dejó de existir, aunque posteriormente se hizo todo lo posible por borrar de la historia, la participación femenina. El amor de Inanna, en Sumeria, fue el pastor Dumuzi; en Babilonia, Tammuz es el hijo-amante de Ishtar; en Egipto, Isis forma pareja con Osiris; en Creta, Cybeles con Attis; en Grecia, Afrodita con Adonis; en Palestina, Jesús con María Magdalena, etc. Hasta en los mitos se nos insinúa que en todos los actos litúrgicos de importancia, la participación de sacerdotes y sacerdotisas era imprescindible.
¿Por qué ahora ya no es así?
También en la “Vieja Religión”, aquella de la cual derivaron todas las demás, se contempla como la Madre Tierra y el Padre Sol, ofrecen día tras día y de forma altruista, su Amor por la humanidad, engendrando la vida sobre este planeta. La unión de los opuestos complementarios, masculino y femenino, fue adoptada siguiendo un patrón impuesto por la propia Naturaleza, como acertadamente hicieron nuestros antepasados celtas. Sin la participación de ambos elementos, ninguna creación física o espiritual es posible. El sacerdote-druida, representando al Sol (principio masculino), oficiaba el ritual en pleno bosque, siempre secundado por la sacerdotisa-druida, que representaba a la Luna (principio femenino).
La hoz de oro, con que se relaciona a estas personas, tiene esta doble significación luni-solar. Por una parte, el color dorado representaba el aspecto solar, mientras que la forma de media luna lo hacia del aspecto lunar. Sin el apoyo de ambos principios, todo ritual carecía de sentido. ¿Quizás nuestros ancestros eran conocedores de algún secreto que a nosotros se nos escapa? Seguro que si.
Y cualquier unión de seres del mismo sexo, aunque se la quiera normalizar, está en contra de las propias leyes de la Naturaleza. ¿O acaso es posible encender una lámpara únicamente con dos corrientes del mismo signo? Que sepamos nosotros, esto sólo es posible mediante la participación de un corriente eléctrica positiva y otra negativa. O sea, uniendo los opuestos complementarios.
En el Santuario de Delfos, que significa precisamente “útero”, también existía un culto estrictamente matriarcal de sacerdotisas. Casi todas las korais griegas que fueron desenterradas de la acrópolis de Atenas, llevaban como atributos la flor, la manzana o la paloma, y tenían inscripciones de agradecimiento de sus devotos. En los textos sumerios, se menciona que la Diosa del Amor fue adorada también como la Diosa de la Luna, por ser, como decimos, símbolo de lo Femenino.
Es factible creer entonces, que la expresión “Viajes de Luna de Miel” que realizan los recién casados, se refiera a las peregrinaciones que antaño realizaban los iniciados a los templos, para adorar a la Gran Diosa y celebrar las ceremonias, danzas y rituales que la ocasión requería. También en los ritos de Eleusis se organizaban fiestas donde reinaba la alegría, la danza y el erotismo.
De alguna manera, se vinculaba lo terrenal con lo celestial, a través de la similitud entre la pareja humana y la divina. Y ese reflejo estaba relacionado con la sexualidad.
Una Piedra en el Camino
Y aquí llegamos al meollo de la cuestión. Espinoso como ninguno. Nuestros antepasados, como queda patente en las tradiciones mistéricas, eran grandes conocedores de la estrecha relación entre el arte de amar y la espiritualidad. Incluso en algunos pueblos indígenas, que todavía pueblan algún que otro continente, existen restos de esa visión mística de la sexualidad, heredada de unos ancestros que se pierden en la noche de los tiempos. Ellos diferenciaban claramente tres tipos de sexualidad, pero que las gentes profanas apenas llegan a distinguir. Separaban lo que era una supra-sexualidad, con unas particularidades que la diferencian, sin atisbo de error, de las demás, de una sexualidad animal y una infra-sexualidad.
Quien, tras haber trascendido las dificultades iniciales, se encontraba practicando la Sexualidad Sagrada, por nada del mundo se dejaba caer voluntariamente en las dos formas inferiores. Antes prefería la muerte.
Por desgracia, ocurre, que la interpretación que se le da a la historia, muchas veces se hace desde nuestra moderna manera de ver las cosas. Esto conduce, en ocasiones, a empeñarnos en que la historia sea como nosotros queremos que sea, no como llegó a ser en realidad. La dificultad es mayor al querer describir una parte de esa historia, que sus protagonistas deseaban mantener en secreto. Decimos esto, porque es nuestra visión actual de la sexualidad, la que pretende juzgar la vida amorosa de nuestros parientes lejanos. Nos sentimos más cómodos y justificados, pensando que si ahora existe degradación y perversión sexual, es porque antes la hubo en mayor medida. Lógicamente, habría de todo.
Pero ignorar las representaciones antiguas que afirman lo contrario, y la historia está llena de pruebas de ello, sólo demuestra estrechez de miras.
El Sexo-Yoga (Tantra), posee un vínculo extremadamente importante con la espiritualidad. El reconocimiento de la energía sexual como fuerza espiritual, engendradora y creadora, es una constante en todas las grandes civilizaciones. Porque el rastro del Tantra, además de en la India y el Tíbet, se puede seguir en la Polinesia, entre los indios Cherokee de Estados Unidos y en las culturas pre-americanas. E incluso, se encuentran vínculos con los antiguos Esenios, que dejaron escritos en pleno desierto, textos anteriores al Cristianismo, que muestran a la mujer con un papel determinante en su sistema de creencias. Ni siquiera Jesús, quiso insinuar, en ningún momento, el liderazgo del hombre frente a la mujer, como así lo demuestra su doctrina y el protagonismo que, en sus últimos momentos, adquirieron Maria Magdalena y su madre, la Virgen María.
Podemos afirmar con total seguridad, que todas las antiguas culturas, en su nivel más elevado de desarrollo, incluían entre sus ritos más importantes, quizás el más importante, la práctica de la Supra-Sexualidad. Pero como se puede adivinar, éstas se restringían a un sector de la sociedad, muy comprometido con sus orígenes espirituales. Nada que ver con la visión actual que se tiene del Tantra, como una forma refinada y exótica de obtener placer sexual.
Casi siempre, estas prácticas estaban condenadas a realizarse al margen de una sociedad no siempre preparada para aceptarlas. ¿Quién iba a entender, antes igual que ahora, que el amor no tiene nada que ver con la pasión y el deseo? ¿Cómo explicarle a las gentes, que el apasionamiento y el deseo son actitudes egoístas hacia a la pareja? Complicada es la cosa. En la oscuridad de las cuevas, en las salas más ocultas de los templos, en las pirámides, en el desierto, en la espesura del bosque o en las criptas subterráneas, los ritos de Iniciación sólo eran accesibles a aquellas personas aptas para comprenderlos. Por ello, se comprende que ante este secretismo, su interpretación histórica no siempre sea la correcta. Más comprensibles aún, son lo errores que se cometen al situar el papel de la mujer en dichos ritos.
La Diosa del Amor así como sus sacerdotisas, era considerada virgen, algo paradójico en nuestra visión actual cuando la asociamos con el Amor. En latín, virgo significa soltera, que no está casada. Mientras que virgo intacta se refiere a aquella otra que carece de experiencia en el terreno sexual. Hoy en día, la palabra “virgen”, sólo conlleva este último significado. Esta definición no se refería, en absoluto, a una cuestión física (el himen) que conservaba la mujer, sino que implicaba un compromiso espiritual, que al desconocer los historiadores, a dado pie a esas interpretaciones erróneas que hemos mencionado.
La Diosa del Amor así como sus sacerdotisas, era considerada virgen, algo paradójico en nuestra visión actual cuando la asociamos con el Amor. En latín, virgo significa soltera, que no está casada. Mientras que virgo intacta se refiere a aquella otra que carece de experiencia en el terreno sexual. Hoy en día, la palabra “virgen”, sólo conlleva este último significado. Esta definición no se refería, en absoluto, a una cuestión física (el himen) que conservaba la mujer, sino que implicaba un compromiso espiritual, que al desconocer los historiadores, a dado pie a esas interpretaciones erróneas que hemos mencionado.
La Diosa es Madre, pero no pierde por ello su condición de Virgen. Y es que estamos ante uno de los más grandes misterios del Cristianismo, el de la Virgen Inmaculada: “sin mácula”.
Volviendo al tema que nos ocupa, hemos visto que es a través del amor de la pareja, como podemos romper esa dualidad masculino/femenino, contemplado en la filosofía taoísta como el Yin-Yang, o en la tradición hermética como el Sol y la Luna. Nunca lo masculino es totalmente masculino, como tampoco lo femenino lo es en su totalidad. El equilibrio entre ambas polaridades es uno de los principales objetivos que esas tradiciones mistéricas pretendían conseguir. El sentido primitivo del matrimonio no consistía única y exclusivamente en traer al mundo a los hijos y procurarles un futuro donde se pudieran defender. En la Naturaleza, la hembra que se aparea con su macho, tras dar a luz a sus cachorros, los protege y los alimenta hasta que saben valerse por sí mismos y abandonan su protección. Si la única finalidad del matrimonio fuese ésta, cumplida la tarea, sólo quedaría un enorme vacío que en ocasiones se justifica con la llegada de los nietos. En cambio, tener en cuenta que el hombre ve en la mujer, unos aspectos psicológicos que necesita plasmar dentro de él y viceversa, no sólo refuerza el sentimiento de complicidad entre ambos, sino que cada uno de ellos ve reafirmarse gracias a la otra persona, su verdadera identidad personal. Y esto brinda la oportunidad de un crecimiento mutuo que no conoce metas ni límites de tiempo.
Como piedra angular de toda civilización, es en la familia donde se cimienta la estabilidad y prosperidad de toda una sociedad. Cuando falla el equilibrio familiar, como está ahora sucediendo cada vez con más frecuencia, se tambalea a su vez todo el sistema social, con todas las fatales consecuencias que ello conlleva. Fundamentado en el Amor y en la Sabiduría, que es lo que significaba el nombre de las dos columnas, Jakin y Boaz, del antiguo Templo de Salomón, representado ahora por la madre y el padre, respectivamente, deja bien claro que la familia no es más que un espejo donde se refleja la sociedad y el estado en que se encuentra.
Cuando llega a enfriarse el Amor entre la pareja, se pierde, por esta razón, el verdadero sentido del matrimonio y la familia. La adopción en el seno del hogar, de los elevados principios del Matrimonio Sagrado, aportó el reconocimiento de unos valores universales, que han perdurado, más o menos, hasta nuestros días.
El alejamiento del mundo interior que toda persona posee, conduce a generar hastío y amargura con el mundo exterior. ¿Cuántos matrimonios llegan a soportarse el uno al otro, más por moral, que por cariño? A la vista de lo que les sucede a muchos de nuestros padres y abuelos, cabe considerar lo siguiente: cumplida la tarea para la que fueron educados, ¿qué más queda por hacer a estas personas? Si divorciarse está socialmente mal visto para ellos, mejor solución es aguantarse el uno al otro, “hasta que la muerte les separe”. No estamos, en absoluto, defendiendo el divorcio. Ni mucho menos. Sencillamente estamos planteando que, según en qué cosa basemos nuestro amor a la pareja, podremos alimentarlo de forma indefinida, porque siempre hallaremos motivos para hacerlo. Y es tanto lo que podemos extraer del Amor…
Detrás de todo gran Hombre, siempre se esconde una gran Mujer
Como hemos ido viendo, en un pasado no demasiado remoto, las mujeres gozaban de una altísima consideración. Una vez más, es nuestra moderna visión la que pretende justificar el machismo actual, pensando que nuestros antepasados lo eran más que nosotros. Se interpreta la historia a menudo, mostrando a las mujeres tratadas poco mejor que los animales, queriendo insinuar que nuestra “civilizada” sociedad ya ha abandonado esta actitud. Que en algún momento de nuestro pasado, la mujer haya sido relegada de sus derechos, no significa que haya sido siempre así. Se olvida o se pretende olvidar, que ellas desempeñaban un papel determinante en la sociedad, más allá de las labores domésticas. Sus decisiones eran tenidas muy en cuenta en infinidad de culturas, que veían en sus intuiciones femeninas y en su inteligencia natural, el complemento perfecto a los razonamientos masculinos.
En muchos casos, eran ellas, las que poseían al bastón de mando de su sociedad.
Si la creación del mundo está sustentada por el Eterno Masculino como fuerza impulsora, y el Eterno Femenino como fuerza receptiva, ambas son necesarias para efectuar cualquier creación. De modo que, tanto el hombre como la mujer, son indispensables cada uno en su papel. La dificultad estriba, en cualquier caso, en hallar el equilibrio justo entre ambos papeles.
Algo que no siempre se consigue.
En algún momento de nuestra historia se aparca el protagonismo de la mujer, prohibiendo su participación activa dentro de la sociedad, y por supuesto, dentro de las instituciones religiosas. Pero las tradiciones paganas se resistían a abandonar el culto a lo femenino, muy arraigado entre ellos.
El cristianismo, en su cada vez más creciente expansión, solventó este problema potenciando la figura de María, la madre de Jesús, con la que estos pueblos identificaron a sus anteriores diosas.
En la Edad Media se asistió a un resurgimiento de lo Femenino, que contribuyó a crear numerosas leyendas, inspiradas en la figura de Leonor de Aquitania, de doncellas y galanes, dando así origen al amor cortés. Como continuadores de las tradiciones que hemos ido repasando, se originan determinados movimientos al margen de la Iglesia, como los Cátaros o los Caballeros Templarios, que pretenden recuperar, si es que alguna vez se perdió, el culto a la mujer. El elaborado arte de cortejar y enamorar a la doncella amada, parecía representar también el trabajo de acercamiento a Sophia, la Divina Sabiduría. Poetas y trovadores se lanzan a la calle tratando de idealizar a la mujer. Se daba mucha importancia a todo el proceso de enamoramiento, pero también al amor carnal, como vehículo para alcanzar esa sabiduría latente en cada uno de nosotros.
El mito del Grial, que gira en torno al Rey Arturo, Ginebra y los demás caballeros, rescata, en Europa, la búsqueda, no de reliquias históricas, sino de la verdad que subyace en todo corazón y que muestra a un Dios más próximo, de lo que algunos otros se empeñaban en mostrar.
El florecimiento, ya en la Edad Moderna, de la literatura romántica, de la mano de autores como William Shakespeare, deja entrever cómo existía un inconsciente colectivo que se esforzaba por mantener vivo el ideal del Amor. Un análisis profundo de esta cuestión, sacaría a la luz infinidad de simbolismos entre esta literatura romántica y los mitos pre-cristianos de la Diosa. La pareja protagonista, Romeo y Julieta, por ejemplo, deja abierta cierta interpretación mitológica de su historia. La pareja humana volvía a representar a la divina, aunque la tendencia mayoritaria de esa sociedad no lo viera así.
Numerosos artistas como Leonardo da Vinci o Sandro Boticelli, conocedores de la tradición, plasmaron en sus obras ese Enigma Femenino. Por desgracia, en un sistema social principalmente dominado por los hombres, y muy poco dado a tener en cuenta a la mujer, no se tenía en consideración lo que ese enigma significaba.
Fruto de ese anhelo por recuperar el papel de la Diosa, se edificaron innumerables catedrales, iglesias, abadías y demás construcciones dedicadas precisamente a Nôtre Dame, a nuestra Madre Divina. Pero conscientes de la época en que se vive, la transmisión de ese enigma llega a niveles admirables, en cuanto a lo oculto y secreto de su transmisión. La orden de los Templarios junto con el gremio de Maestros Constructores, continuando con una tradición antiquísima, dejan grabado en piedra todo ese saber, aquel por el que fueron a Tierra Santa. Y aunque se les persiguió y exterminó cruelmente, acusándolos de herejes, su labor ya estaba hecha.
Las catedrales parecían representar aquellas cavernas donde se veneraban las primitivas Venus. Porque no olvidemos, que en las catedrales góticas, la existencia de oscuras criptas donde tenían lugar los medievales ritos de iniciación, nos recuerdan con más claridad, este símil que proponemos.
Si por todo lo visto hasta ahora, llegamos a la conclusión, de que la mujer juega un papel determinante en ese proceso de búsqueda de nuestra verdad interior, podemos aventurar que ese fue el motivo de considerar sagrada a la institución del matrimonio. Es la unión de dos personas, que buscan reencontrarse a sí mismas, la que confiere poder a esa alianza. Es en la convivencia donde afloran los defectos y virtudes de cada persona. Cuando existe verdadero anhelo de mejorar nuestra calidad como personas, la relación se convierte en una oportunidad única para el crecimiento y el auto-análisis. Pero si, por el contrario, no existe ningún interés en elevar nuestro nivel de Ser, entonces la convivencia corre el riesgo de convertirse en un fracaso matrimonial, puesto que ninguna de las dos partes estará dispuesta a cambiar su manera de pensar, sentir y actuar.
La incompatibilidad de caracteres que a menudo se suele tener en cuenta a la hora de iniciar una relación, no es tal. En realidad, serán los defectos que cada persona acarrea dentro de sí, los que hagan, de esa incompatibilidad, una realidad o todo lo contrario.
Porque cuando una persona, gracias a su relación de pareja, llega a darse cuenta de su alto grado de imperfección y asume como reto disolver los defectos que le condicionan, nunca el agradecimiento es suficiente para la persona que nos ayuda en esto.
Porque, ¿cuál será la pareja perfecta, aquella que consiente todos nuestros egoísmos, celos y rencores, negándonos con ello toda posibilidad de crecimiento, o aquella otra que nos permite enfrentarnos a ellos y conseguir así un cambio liberador en nuestra vida? El aceptar de forma constructiva y enriquecedora, los roces y enfrentamientos con la pareja, nos hará valorar si aquello que creíamos perfecto en nosotros, no lo es tanto. El crecimiento es mayor aun, si llegamos a comprender los misterios del Amor, que nuestros predecesores cultivaron durante siglos, hasta que llegaron a infravalorar la función de la mujer en el hogar y la sociedad.
Si decíamos que el hombre representa la fuerza cósmica impulsora y la mujer la fuerza cósmica receptiva, entonces la sabia interacción de ambas fuerzas dentro de cada persona nos permitirá realizar nuestra propia creación espiritual, si así lo deseamos.
Y todo esto con la ayuda de la pareja.