domingo, 29 de noviembre de 2015

El secreto de la Gran Pirámide



“Tal como es arriba, así es abajo”

Fragmento de la Tabla Esmeralda
Hermes Trismegisto

Uno de los principales atractivos del Antiguo Egipto, que seduce a aquellos que se acercan a él por primera vez, es su halo de misterio. ¿Cuándo, cómo, por quién y para qué?, son las típicas preguntas que asaltan la curiosidad de todos aquellos que contemplan la imponente figura de la Gran Pirámide de Keops. A pesar de los cientos de libros que se han escrito durante muchos años y el haber llamado la atención de miles de científicos, filósofos, místicos y otra larga legión más de admiradores, las respuestas a estas cuatro preguntas siguen constituyendo uno de los enigmas más ocultos de la humanidad. 

Lo cierto es que nunca encontraron la momia del faraón Khufu, Keops en griego, en el interior de la Pirámide. Y las únicas evidencias que relacionaban a este señor con el monumento en cuestión, eran una pequeña estatuilla y una inscripción nada concluyente. No hay porqué dudar de que este faraón lo que sí hizo fue ampliar y reconstruir parte de la necrópolis que rodea, ¿a qué?, ¿a una tumba? Cada vez son más los expertos que cuestionan la verdadera utilización que se le dio a este edificio. 

Porque es que nada, absolutamente nada, confirma que esta pirámide fuese construida para albergar las osamentas, por muy soberanas que fueran, de ningún faraón. No obstante, sorprende la manera tan descarada con que otros expertos hacen oídos sordos a los hallazgos que aportan luz disidente de la opinión general. Cuando los intereses políticos prevalecen sobre el compromiso con la verdad, comienza la lamentable y cada vez más habitual manipulación de la información. En el tema que hoy nos ocupa, la distorsionada información que se ha ido vertiendo sobre él, ha contribuido en muchos aspectos ha crear más misterio si cabe. 

Veamos que nos depara el desierto.


El Mapa Estelar 


Fue en 1994 cuando el ingeniero y egiptólogo Robert Bauval sugirió su reveladora idea. Se dio cuenta que las tres grandes Pirámides de Gizeh estaban distribuidas en la arena del desierto, formando un mapa a escala de las tres estrellas de la Constelación de Orión. ¿Locura? Veamos lo que nos dice. La pirámide de Mikerinos, la más pequeña de las tres, representa, en el suelo, a la estrella Mintaka, la más pequeña y ligeramente desviada de dicha constelación. La pirámide de Kefrén representa, a su vez, a la estrella del centro, Al Nilam. Y la de Keops, representa a la más grande y brillante, Al Nitak

Coincidencia o no, la cuestión es que el canal sur de la Cámara del Rey apunta hacia esta estrella. 

Estudiando los Textos de las Pirámides descubrió también que para los antiguos egipcios, Orión era el equivalente celestial del dios Osiris. Y su “cinturón”, era lo que ellos llamaban el Duat, una especie de “puerta” por la que el alma del Faraón, o del Sacerdote Iniciado, debía pasar para llegar al Amenti, el País de los Muertos. Váyanse habituando a la temática mortuoria porque para nuestros protagonistas, los antiguos egipcios, era más habitual que beber agua. Sea como fuere, quien levantó las pirámides lo hizo pensando en construir sobre la tierra una réplica gigante de la “puerta” a un Más Allá, que para ellos estaba más cercano que para nosotros. Los últimos estudios demuestran que, en efecto, las pirámides eran centros astronómicos y enormes acumuladores de energía. De hecho, son los mayores que existen en la Tierra, cuyo punto más óptimo se halla en su centro, en la cámara principal, lo que explicaría el porqué de los sarcófagos vacíos. Pero no nos adelantemos.

En 1991, cuando Robert Schoch, Profesor de Geología de la Universidad de Boston y el egiptólogo Anthony West, llevaban a cabo unas investigaciones sobre la Esfinge, concluyeron que las profundas fisuras y desgaste que pueden observarse en ese coloso que los antiguos egipcios llamaban Hor-em-Akhet, no son producto de la erosión de la arena y el viento, sino de prolongados periodos de lluvia e inundaciones que remontarían dicha construcción a la fecha del 10.500 a. d. C., en contra del 2.500 a. d. C. que defiende la egiptología oficial. ¿En qué se basan para afirmar esto? Pues que conociendo la actual climatología de la zona, muy poco propensa a las lluvias, hay que retroceder en el tiempo hasta esa fecha, para conocer periodos de lluvias e inundaciones capaces de provocar esa erosión. No cae en saco roto el hecho de que Bauval junto a Graham Hancock, en su investigación sobre la relación entre las Pirámides y la Constelación de Orión, vayan a dar precisamente con esa fecha. Tampoco debería olvidarse que la Esfinge está orientada al Este precisamente donde hace 12.500 años, se hallaba la Constelación de Leo. La continua negativa del Gobierno egipcio a autorizar más comprobaciones en este sentido sobre el monumento, hace pensar que tal vez exista un verdadero interés en conseguir antes que el resto, algo de gran valor que todavía desconoce la opinión publica. 


En 1986 se observó que el canal sur de la Cámara de la Reina estaba orientado hacia la estrella Sirio, que brilló por primera vez en los cielos de ese lugar, según los estudios astronómicos, aproximadamente hacia el 10.500 a. d. C. Esta estrella se relaciona con la diosa Isis. No hay duda de que la conexión terrestre y estelar existía. Pero es que aun hay más. En los Textos de las Pirámides, la “Vía de Agua Sinuosa”, o sea, la Vía Láctea, era vista como el homólogo celeste del Nilo. La sinuosidad del río describe perfectamente los movimientos de la Vía Láctea en relación a la Tierra. 

Comprobaciones realizadas, confirman que, hacia la fecha mencionada, la Vía Láctea reproducía con gran exactitud todo el valle del Nilo. Más aún, la alineación de las tres estrellas respecto al eje de la Vía Láctea, coincide, como si fuese el reflejo de un gigantesco espejo, con el alineamiento de las tres Pirámides con el eje del Nilo. También es sorprendente que la distancia de las estrellas con respecto al eje de la Vía Láctea, coincide, en igual escala, con la distancia de las pirámides con respecto al eje del Nilo. ¿No es tomarse mucha molestia todo ese trabajo para habilitar una tumba, por muy soberana que fuera?

Estos son elementos sólidos que indican una relación directa entre el Cinturón de Orión y las Pirámides de Gizeh. Por alguna razón, los antiguos egipcios querían señalar esos puntos y en una fecha determinada. ¿Por qué? No lo sabemos con exactitud. La posición de estas estrellas, vistas desde los canales de la Gran Pirámide, apuntan directamente, ¡vaya por Dios!, al 10.500 a. d. C., la misma fecha estimada para la Esfinge en la “Era de Leo”. Tengamos en cuenta que el margen de error es de 100 años. Apenas nada. 

No puede negarse la relación entre la imagen del Cielo y la imagen de la Tierra en Gizeh, para la época del 10.500 a. d. C. Diversos factores se interrelacionan en esa fecha para conmemorar “el tiempo primigenio” o Zed Tepi. Hoy sabemos que todo lo que existe en Gizeh nos describe el Universo tal y como lo vieron sus constructores. Todos estos datos no pueden ser atribuidos a la casualidad. Bauval está convencido de que los antiguos constructores que diseñaron Gizeh, intentaron fijar una fecha para conmemorar ese “tiempo primigenio” o “Edad de Osiris”, que marcaría el final de una civilización perdida, Atlántida, y el inicio de la civilización egipcia. Esa misma fecha (10.500 a. d. C.) también se repite en otras culturas distantes como en el Templo de Angkor en Camboya. Los estudios matemáticos y astronómicos realizados en Tiwanacu, en Sudamérica, coinciden en considerar esa fecha como la de un gran cataclismo geológico que hizo desaparecer esa civilización y que provocó grandes cambios sobre diversas zonas de la Tierra, donde algunas se hundieron en el océano y otras en cambio se elevaron. ¿Coincidencia? Estamos seguros de que no. 

Construyendo lo imposible

Ni en papiros, estelas o murales se nos dice cómo eran transportados e izados los enormes bloques de piedra. La única hipótesis que aceptan los arqueólogos es la de miles de esclavos tirando de bloques de cientos de toneladas de peso y elevándolos por pendientes cuya construcción costaría igual o más trabajo que la propia pirámide. Que Napoleón llegara a estas conclusiones cuando se propuso darle una explicación, es una cosa. 

Pero que se quieran negar las pruebas que aportan los expertos modernos, es otra bien diferente. Los técnicos en construcción que han dado su opinión al respecto, han dejado muy claro la inviabilidad de manejar semejantes pesos a tan elevadas alturas, y en el tiempo que suponen los arqueólogos. Algunos de esos bloques, que pesan alrededor de doscientas toneladas, ¡200.000 kg.!, en la actualidad sólo los podrían manejar enormes grúas-puente empleadas en la construcción, sabiendo de antemano que se necesitaría preparar una base firme que pudiera soportar el peso de la maquinaria más el peso del bloque. 

¿No es mucho pedir para la arena del desierto? Por otra parte, existen en el interior del monumento, pasillos excavados en la roca, a través de los cuales resulta imposible manipular los bloques que forman las diferentes cámaras. Y en aquellos que sí lo permiten, el espacio es tan reducido que los hombres que allí podrían trabajar de ninguna manera son suficientes para tan enormes pesos.

Suponiendo que los esclavos, por llamarles de alguna manera, trabajaron una jornada laboral de diez horas, todos los días del año, para colocar los 2’3 millones de bloques que forman la pirámide, las matemáticas indican que habrían tenido que colocar un bloque cada dos minutos, para terminarla en veinte años, que es lo que duró el reinado del Faraón Keops. Teniendo en cuenta que las obras de construcción se limitaban a tres meses al año, debido a las inundaciones anuales del Nilo, la cosa se complica mucho. El ritmo desenfrenado que esas personas debían haber soportado, les hubiera obligaba a colocar, nada menos que cuatro bloques de 2.500 kg., ¡cada minuto! Cualquier error en la colocación hubiera supuesto un caos organizativo, por el retraso y recolocación del bloque. Nos quieren hacer creer que los egipcios hicieron todo esto a base de fuerza bruta, ya que consideran los arqueólogos que todavía no existían poleas, ni carros, ni herramientas de hierro. Vamos, que ya quisieran muchos jefes de obra tener en plantilla a semejantes fenómenos de la construcción.

Los doctores Joseph Davidovits y Margie Morris, en sus detallados análisis químicos y microscópicos de rocas de la Gran Pirámide, publicaron varias fotografías en las que puede apreciarse la presencia de pelos, uñas, fibras textiles y burbujas de aire en la estructura caliza de esas rocas. Restos que no son debidos a un proceso natural de fosilización. Entre esos hallazgos se puede apreciar un pelo humano de 21 centímetros en el interior de una roca caliza, que lógicamente, no debería estar allí. ¿Han oído ustedes a los científicos pronunciarse oficialmente sobre esta cuestión? Nosotros tampoco.

En la estela de Famine encontramos elementos muy reveladores. Consta de 2.600 jeroglíficos dispuestos en 32 columnas. De entre todas ellas, las que más nos inquietan son las columnas 18 a 20, pues describen el sueño del faraón Zoser, donde el Dios Knemu da al soberano una lista de minerales y productos químicos para fabricar bloques artificiales con los que construir templos. En la tumba de Rekhmire existe un fresco sobre una aparente escena cotidiana, en la cual varios obreros llevan en sacos un producto que arrojan en moldes y que posteriormente fragua formando bloques. Si esto es cierto, y debería serlo mientras no se demuestre lo contrario, es posible que faraones posteriores también estuvieran enterados de estas revelaciones y las aplicaran a sus propias construcciones. De hecho, las más grandiosas construcciones realizadas en Egipto son precisamente las más antiguas. Como si las generaciones posteriores hubieran ido despistándose de esos conocimientos. La madera importada del Líbano no sirvió para rodillos. Ni por su escasa cantidad, ni por su poca dureza. Pero sí pudo servir para fabricar moldes. El Dr. Klemm, experto en petrografía, avanzó los resultados de sus análisis sobre piedras del monumento, afirmando que no encontró dos piedras que tuvieran la misma consistencia homogénea. También constató que contenían un porcentaje de humedad, más elevado en la parte inferior que en la superior, que el habitual en la piedra natural. Cerca de la meseta de Gizeh se descubrió un lugar donde, probablemente, los hijos de los artesanos jugaban con una “plastilina” muy especial mientras sus padres trabajaban. El investigador español Manuel José Delgado, ha descubierto docenas de pequeñas piedras que muestran el efecto del reblandecimiento en su estructura, en la meseta de Gizeh. ¡Piedras redondas o aplanadas por manos humanas, que guardan ciertas incisiones realizadas cuando la piedra estuvo blanda! Casi nada. 

¿Una tumba sin cadáver? 

¿Que finalidad tendría semejante obra? ¿Por qué se tomarían tanta molestia sus anónimos constructores? ¿Qué extraordinario mensaje requería tan extraordinario esfuerzo? Empecemos por el principio. Si el edificio se construye para la mayor gloria del faraón, es lógico pensar que estuviese decorado con pinturas, relieves o esculturas que recordasen a la posteridad la grandeza de su inquilino. Pero de eso nada de nada. Aquello era cualquier cosa menos una tumba. Y si lo era, ¿dónde está el cuerpo del difunto? ¿Y los supuestos tesoros? No se puede hablar de vandalismo o saqueo, porque la pirámide permaneció sellada hasta que al jeque árabe Abdullah Al Mammún, le picó una curiosidad acrecentada por las leyendas y ordenó excavar una abertura en la cara norte en el año 820 de nuestra Era. ¿Entonces qué? ¿Para qué? Suponiendo que se produjo un saqueo, ¿qué pasa con las pinturas de las paredes? ¿Qué pasa con los relieves alusivos al faraón? Allí no hay nada. Nunca ha habido nada. Y siendo la austeridad lo que prima allí dentro, produce la impresión de que aquello poseía una estricta utilidad práctica. Es decir, que fue utilizada de manera regular con una finalidad que, de momento, nos reservamos. 

Una de las preguntas que asalta a la mente de aquellos que visitan este antiguo Templo de Isis, es porque dejarían en tan enorme construcción, unos pasillos tan angostos y poco prácticos que obliga en algunos casos a andar casi con la cabeza tocando los pies. Si sus constructores habían sido capaces de erigir semejante monumento y dotarlo de corredores, les habría costado bien poco hacer que estos fueran lo suficientemente espaciosos como para atravesarlos en posición erecta. Pero la cosa se entiende al conocer lo que allí se hacía. Construyeron los túneles de esta forma porque querían, no porque se hubieran visto obligados a ello. En nuestra opinión, los corredores tan bajos exigían al Iniciado, el aspirante a los Misterios, tener que agachar la cabeza, humildemente, ante los conocimientos que iba a recibir. Los corredores, estrechos y claustrofóbicos, indican que el acceso a la gnosis se halla repleto de dificultades y obstáculos. De subidas y bajadas, de triunfos y fracasos que el neófito debe ir sorteando con destreza.  

La cámara del Caos, la más inferior de todas, vendría a tener idéntica finalidad que las criptas utilizadas por los Caballeros Templarios en las catedrales medievales. 

Esta cámara, curiosamente, parece estar inacabada, con el suelo irregular y sin nivelar, pero con el techo perfectamente trabajado. Como ocurre en la iglesia de Santo Domingo de la Calzada, aquí en España. Una vez más, nos encontramos con que ha sido hecho a propósito para indicar al Iniciado que ahí abajo comienza su trabajo. Dominar nuestros bajos instintos. Claro que profundizar en semejantes enseñanzas, requiere una preparación que el común de los mortales no posee. Es necesario ser diestro en materia alquímica. Y quienes mejor que los antiguos egipcios para sentar las bases del conocimiento esotérico que inundaría, a partir de ellos, todos los confines del planeta.

Pues bien, las demás cámaras, mal llamadas de la Reina y del Rey, eran utilizadas en los procesos internos del Iniciado. Los sacerdotes conducían a éste hasta la cámara del Rey y lo introducían en el sarcófago. Que siempre estuvo vacío. Allí dentro, le hacían pasar por una experiencia similar a la muerte, gracias a la ubicación de la cámara en el centro mismo del templo. Pues las paredes y el techo absorben el sonido, amplificándolo y proyectándolo sobre el Iniciado que percibía las vibraciones a través de los pies, la cabeza y la piel. Después de la mágica experiencia, el neófito adquiría mayor comprensión de la realidad de sí mismo y de su entorno. Todavía hoy, como punto telúrico de enorme actividad que es, recibe, en su interior, la visita de miles de personas cada año llegadas de todo el mundo, expresamente para dejarse invadir por esa energía de la naturaleza, y vivenciar, aunque sólo sea por unos minutos, las grandezas y las maravillas del mundo espiritual. Y no estamos hablando de sugestión. Personas que no esperaban nada en absoluto, completamente escépticas, han confirmado la experiencia de estados alterados de Conciencia, que fuera de allí, ni experimentaron antes ni han vuelto a experimentar después. Esos estados, que solemos buscar a través de la meditación, nos aportan conocimientos que ningún libro del mundo, por bueno que fuese, podría reemplazar.

Según los resultados arqueológicos, podemos aproximarnos a la denominación real de las cámaras y su correspondencia con las constelaciones. Que sería la siguiente: 

- Cámara del Caos: Cámara de Seth-Tauro (Dominio de los bajos instintos. Los Demonios Rojos de Seth)
- Cámara de la Reina: Cámara de Isis-Sirio (Trabajo con el Eterno Femenino) 
- Cámara del Rey: Cámara de Osiris-Orión (Trabajo con el Ser, el Espíritu)

En cada una de las diferentes cámaras, el Iniciado iba recibiendo secretos que hasta entonces le estaban velados. No es atrevido pensar que la ubicación de éstas no correspondía sólo a una finalidad simbólica, sino que se debía a cuestiones energéticas que, como antes hemos mencionado, favorecieran las prácticas iniciáticas que allí dentro se realizaban. En esto, tampoco decimos nada nuevo, al recordar que todas las construcciones consideradas sagradas se erigieron en lugares con unas características muy particulares.

Quizás por que descienden directamente de unos dioses que les instruyeron en todas las artes y las ciencias, muchas de las cuales siguen asombrando, los antiguos egipcios conocían a la perfección el funcionamiento de la mente humana. Ellos sabían que eran capaces de iniciar a otras gentes del futuro en su forma de pensar, aunque ellos no estuvieran presentes. Ellos plantaron una poderosa semilla que germina en las personas ansiosas de un conocimiento superior del Universo y de ellas mismas. Crearon una “maquina” eterna que genera misterio y curiosidad. Una tremenda curiosidad. Pero, necesariamente, las leyes de la Naturaleza demuestran que todo lo existente tiene su momento en el espacio y en el tiempo. Todo tiene su expansión, esplendor y decadencia. Por tanto, esa Edad de Oro en el Antiguo Egipto tuvo su final, y las Escuelas de Misterios, incluida la Gran Pirámide, fueron selladas herméticamente. Con el paso del tiempo, los ladrones y saqueadores se encargaron de desvalijar todos aquellos sagrados templos. Pero así son las cosas.

Lo cierto es que miles de años después de de haber finalizado su época, Egipto y la Gran Pirámide siguen ejerciendo una enorme fascinación sobre millones de personas. Y es que todo obedece a un plan magistral elaborado por una civilización que según nos han enseñado, pasaron de ser simples primitivos, a grandes astrónomos, arquitectos, médicos, y un largo etcétera, en unos pocos cientos de años. Algunas preguntas quedan sin respuesta. Otras en cambio, es cuestión de tiempo que salgan a la luz. El tiempo y sólo el tiempo pondrá a cada uno en el lugar que se merece.