domingo, 29 de noviembre de 2015

Los tiempos del fin, ¿mito o realidad?

“Cuando la estrella Bal cayó en el lugar donde ahora sólo hay mar y cielo, las siete ciudades con sus puertas de oro y sus templos transparentes temblaron y se estremecieron, como las hojas de un árbol movidas por la tormenta. Y he aquí que una oleada de fuego y humo se elevó en los palacios: los gritos de agonía de la multitud llenaban el aire. Buscaron refugio en sus templos y ciudadelas y el sabio Mu, el sacerdote Ra-Mu, se presento y les dijo: ¿No os predije esto? Los hombres y las mujeres, cubiertos de piedras preciosas y brillantes vestiduras, clamaron diciendo: ¡Mu, sálvanos! Y Mu replicó: ¡Moriréis con vuestros esclavos y vuestras riquezas, y de vuestras cenizas surgirán nuevas naciones; si ellas se olvidan de ser superiores, no por lo que adquieren sino por lo que dan, la misma suerte les tocará! Las llamas y el humo ahogaron las palabras de Mu y la tierra se hizo pedazos y se sumergió con sus habitantes en las profundidades en unos cuantos meses.”

Antigua inscripción caldea

A pesar de que multitud de mitos y leyendas antiguos nos hablan de grandes catástrofes acontecidas en nuestro planeta a largo de su historia, la humanidad se ha esforzado en hallar una explicación convincente a su entendimiento para estos hechos. El avance conseguido, sobre todo a principios de la Edad Moderna, en el campo de la Astronomía, nos mostró a un Universo como la obra perfecta del Creador Divino y puesto en marcha como si de un gigantesco reloj se tratara. En semejante perfección no encajaba bien la posibilidad de apariciones imprevisibles de cometas y meteoros. No obstante se “aceptó” la posibilidad de que Él enviara como acto de su providencia, alguna acción de castigo, como las plagas bíblicas de Egipto, pero que nunca se traducía en la colisión de un cometa contra la Tierra o cualquier otro fenómeno que tuviera efectos destructivos a gran escala.

Por tanto, las devastaciones de antaño se fueron olvidando poco a poco de la memoria colectiva. Y con ellas, las posibles enseñanzas que legaron a través de esos mitos las civilizaciones desaparecidas. Hasta tal punto llegó la dejadez de las gentes, que no sólo desapareció el temor a estos acontecimientos, sino que llegó incluso a cuestionarse si acaso llegaron a suceder alguna vez, dudando de la existencia misma de dichas civilizaciones, que pasaron a engrosar la lista de mitos, leyendas y afirmaciones que algunos pocos se habían empeñado en mantener.

Fruto de esa necesidad de respuestas científicas y de la creciente mentalidad escéptica, fue la visión que aportó Charles Darwin según la cual el proceso de la vida sobre la Tierra no obedece a cambios radicales sobre los ecosistemas del planeta, sino que la Teoría de la Evolución de las Especies por Selección Natural se apoya en largos y lentos cambios donde una especie sirve de modelo evolutivo para otra posterior. Este argumento desestimaba el hecho de que pudiera haber ocurrido, sino muchas, al menos una catástrofe, el Diluvio, que necesariamente debió provocar cambios irreversibles sobre la vida y la fisonomía terrestre. La división en Eras de la historia de la Tierra, abrió los ojos a muchos científicos al encontrarse con la extinción de los dinosaurios debido al impacto de un asteroide, ya que esta evidencia demostraba la posibilidad real de cambios bruscos sobre la vida terrestre.

A este respecto Darwin alegó que la no existencia de pruebas de un cambio gradual en algunas especies, se debía más a la desaparición de los fósiles que a extinciones masivas. Claramente se marcaron las diferencias entre evolucionistas y creacionistas, o sea, quienes defendían la creación de la Tierra de manos de una divinidad todopoderosa, algunos de los cuales basaban sus teorías en mitos bíblicos difícilmente comprobables, lo que propició la aceptación mayoritaria de la Teoría de Darwin, más acorde con la tendencia científica y materialista que comenzaba a florecer en aquel momento.

Otros autores tuvieron el valiente atrevimiento de defender la tesis catastrofista basándose en lo que las mitologías antiguas nos decían sobre el final de los tiempos. Pero al no disponer en aquel momento de suficientes pruebas que apoyasen esta postura, provocó una reacción feroz de la comunidad científica que demostró el carácter dogmático y reaccionario del pensamiento académico. A mediados del siglo pasado la mayoría de astrónomos creían poco probable que un meteoro alcanzase la superficie de la Tierra conservando tras su paso por la atmósfera, el suficiente tamaño para considerarse una amenaza. Hoy se sabe de la existencia de algunos de ellos cuyas órbitas pueden entrar en contacto con la terrestre y con el suficiente potencial para constituir un peligro considerable. ¿Debemos apelar entonces a la casualidad o a la “causalidad” que nuestra permanencia en este planeta pueda tener fecha de caducidad?

Recuerdos confusos 

Como decíamos anteriormente, son muchos los mitos que defienden la confusa pero inquietante tesis de una enorme catástrofe global. Decimos aquí “confusa” porque conociendo el cargado simbolismo del lenguaje mitológico, no debemos aceptar literalmente lo que ellos nos dicen, sino interpretar en lo posible su doble lectura. Pero viniendo de culturas tan dispares entre sí, resulta cuanto menos sorprendente la coincidencia de tales afirmaciones. Este hecho es suficientemente importante para considerar estos mitos como posibles documentos históricos que se sirven de sugerentes leyendas para ilustrar y transmitir una información de la importancia que merece esta. En el poema sumerio de Gilgamesh, por ejemplo, se hace alusión a la existencia de una civilización muy antigua y su desaparición por causa de un trágico diluvio:

“Proclamaré al mundo las proezas de Gilgamesh. Éste era un hombre que conocía todas las cosas; era un rey que conocía los países del mundo. Era sabio, veía misterios y conocía cosas secretas, y nos trajo un relato sobre los días anteriores al diluvio. Emprendió un largo viaje, estaba cansado, rendido de fatiga y al regresar descansó y grabó toda la historia sobre una piedra. En aquellos días el mundo estaba repleto de gente, los seres humanos se multiplicaban, el mundo bramaba como un toro salvaje, y el clamor despertó al gran dios. Al percibir el clamor, Enlil dijo a los dioses que se habían reunido en consejo:El tumulto creado por la humanidad es intolerable, y debido a esta babel resulta imposible dormir. Así pues los dioses decidieron exterminar a la humanidad”.

El poema continúa describiendo cómo el protagonista (Utnapishtim) es advertido por el mismo dios y puesto a salvo a bordo de una barca, desde donde observa la devastación producida por las aguas. La similitud de este poema con el pasaje bíblico del Arca de Noé es evidente. A pesar de sus cargas simbólicas no dejan de ser una información excelente que describe un mismo acontecimiento que debió ocurrir en épocas muy remotas, en un momento todavía indeterminado. Como veremos en adelante, no son las únicas que ofrecen “coincidencias”. 


En otro contexto geográfico distante, encontramos que el calendario azteca nos indica que la Tierra quedó anegada de agua hacia finales del Cuarto Sol.

“Y el corazón del Cielo desencadeno un diluvio; se formó un gran diluvio que se abatió sobre las criaturas de madera… Una pesada resina cayó de los cielos… La faz de la Tierra se ensombreció y una lluvia negra cayó incesantemente durante días y noches… Las criaturas de madera fueron aniquiladas, destruidas, despedazadas y asesinadas”.

Según la mitología azteca sólo dos seres humanos sobrevivieron, Coxcoxtli y su mujer Xochiquetzal, quienes tras ser advertidos del cataclismo por Dios, huyeron en una gran embarcación hacia una elevada montaña. En otra tradición centroamericana se afirma que Tezcatilpoca ordenó destruir a la raza humana con un diluvio. Tras salvar a Tezpi, su familia y numerosas aves y animales a bordo de una gran barca, ésta embarrancó en una gran montaña donde fundó un nuevo mundo. En el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, se nos dice que el Gran Dios creó unas figuras hechas de madera que parecían hombres y hablaban como tales. Estas criaturas cayeron en desgracia porque “no se acordaron de su Creador”. Tanto los aztecas como los mayas hablaban de sucesivos Soles (o épocas) de las cuales la nuestra actual es considerada el Quinto Sol.

Entre diversas tribus indígenas de Norteamérica, como la sioux, existía también la tradición sobre un terrible diluvio acompañado de un terremoto, que se extendió rápidamente por toda la Tierra y donde sólo unas pocas personas lograron sobrevivir. En las tradiciones orales de la antigua Grecia recopiladas por Hesíodo, se relatan que con anterioridad a la nuestra han existido cuatro razas de hombres en la Tierra y que todas habían sido “devoradas” por algún cataclismo geológico ordenado por Zeus. Según la versión más popular del mito, Prometeo tuvo un hijo (Deucalión) con una mujer humana, el cual gobernó la tierra de Phthia, en Tesalia y se casó con Pirra, hija de Epimeteo y Pandora. Cuando Zeus tomó la decisión de destruir la raza de Bronce (la anterior a la actual), Deucalión, advertido por Prometeo, construyó una caja de madera, donde él y su mujer, consiguieron salvarse de las terribles inundaciones que se sucedieron por buena parte de la Tierra.

En la India un personaje similar era reverenciado hace más de tres mil años:

“Cuando un hombre sabio llamado Manú (Vaisvaswata) realizaba sus abluciones, halló en la palma de su mano un pececillo que le rogó que le dejara vivir. Manú se compadeció de él y lo metió en un tarro. Al día siguiente comprobó que el pez se había hecho muy grande y lo llevó a un lago. Al poco tiempo el lago resultó demasiado pequeño para albergar el pez. “Arrójame al mar -dijo el pez (quien en realidad era Vishnú)- pues estaré más cómodo. Luego advirtió a Manú que iba a desencadenarse un diluvio. Le envió una gran barca, con órdenes de instalar en ella a una pareja de cada especie viva y las semillas de cada planta, y que luego subiera él mismo a bordo”.

El relato continúa describiendo cómo Vishnú llevó el arca hasta una montaña donde Manú junto a una compañera y los demás animales y plantas que se habían salvado, fundó la presente raza de la humanidad.

El Génesis nos dice a este respecto:

“Miró Dios a la Tierra y vio que estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la Tierra. Dijo entonces Dios a Noé: - He determinado acabar con todos, ya que por causa de ellos la Tierra está llena de violencia y voy a exterminarlos a ellos con la Tierra “-.

Por último, veamos los que F. Ossendowski nos dejó escrito en 1890 en su libro “Bestias, Hombres y Dioses” sobre la profecía de Melquisedec, el Rey del Mundo:

“Cada vez más la gente se olvidará de sus almas y cuidará únicamente de sus cuerpos. Los mayores pecados y corrupciones reinarán sobre la Tierra. La gente se convertirá en animales feroces, anhelando la sangre y la muerte de sus hermanos. La “Media Luna” se apagará y sus seguidores caerán en la miseria y la guerra. Sus conquistadores serán heridos por el Sol, pero no subirán dos veces; les sucederá la peor de las desgracias y acabarán entre insultos a los ojos de los demás pueblos. Las coronas de los reyes, grandes y pequeños, caerán… Habrá una terrible batalla entre todos los pueblos. Los océanos enrojecerán… la tierra y el fondo de los mares se cubrirán de esqueletos, se fraccionarán los reinos, pueblos enteros morirán…, el hambre, la enfermedad, crímenes desconocidos a la ley… nunca antes vistos en el mundo. Vendrán los enemigos de Dios y el Espíritu Divino en el hombre. Los que tomen la mano del otro perecerán también. Los olvidados y los perseguidos aumentarán y obtendrán la atención del mundo entero. Habrá nieblas y tormentas. Las montañas peladas se cubrirán de bosques. Vendrán terremotos… Millones cambiarán las cadenas de la esclavitud y la humillación por hambre, enfermedad y muerte. Los caminos se cubrirán de muchedumbres vagabundeando de un lugar a otro. Las ciudades más grandes y más bellas perecerán por el fuego…  El padre luchará con el hijo, el hermano con el hermano, la madre con la hija. El vicio, el crimen, la destrucción de los cuerpos y de las almas imperan sin frenos… Las familias se separarán… La verdad y el amor desaparecerán… De diez mil hombres, uno sólo sobrevivirá… un loco, desnudo, hambriento y sin fuerzas, que no sabrá construirse una casa, ni proporcionarse alimento… Aullará como un lobo rabioso, devorará cadáveres, morderá su propia carne y desafiará airado a Dios... Se despoblará la tierra. Dios la dejará de su mano. Sobre ella esparcirán tan solo sus frutos la noche y la muerte. Entonces enviaré a un pueblo ahora desconocido que, arrancará del mundo, la locura y el vicio con mano fuerte y conducirá a esos quienes permanezcan fieles al espíritu del Hombre en la lucha contra la maldad. Ellos hallarán una nueva vida sobre la tierra purificada por la muerte de las naciones. En el año cincuenta sólo existirán tres grandes reinos, que convivirán felizmente setenta y un años. Después habrá dieciocho años de guerra y destrucción… Entonces los pueblos de Agharti surgirán de sus cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra”.

¿Evolución o Involución?

Se suele tener la creencia de que el hombre evoluciona en el tiempo de una forma continuada. Si esto fuera así, después de miles de años de experiencia en este planeta, gozaría de una sabiduría que quedaría patente en su actitud. Pero ocurre que aunque presumimos de grandes avances tecnológicos que demuestran ese alto grado de evolución, se sigue matando, se sigue odiando, se sigue sin conocer qué somos en realidad, hacia dónde vamos y porqué. Existiría evolución si aprendiendo del pasado, el ser humano actuara con un criterio inteligente a la hora de tomar decisiones, tanto individuales como colectivas. En lugar de eso, se sigue atentando contra nuestro planeta y la vida que contiene, en aras de un crecimiento económico que a medio o corto plazo se va a volver contra nosotros. Existiría evolución cuando sintetizando el conocimiento de las religiones del mundo, se llegara a comprender que Dios es el mismo para todos aunque tenga nombres diferentes y que es una monstruosidad hacer guerras en su nombre; que todas las diferentes creencias derivan de un tronco común y que por tanto, los enfrentamientos entre unas y otras sólo demuestran ignorancia. Existiría evolución si el hombre conociera a fondo su realidad psíquica y espiritual, comprendiendo la necesidad de cultivar todos los aspectos de su constitución humana, cosa que sí hacían nuestros antepasados. En lugar de eso hemos caído en el materialismo más exagerado donde el consumo y el culto al dinero han dejado olvidados estos aspectos.

Por mucho que nos empeñemos en creer que somos cada día mejores, en todos los sentidos, la cruda realidad de los hechos nos dice más bien lo contrario, pues no pasa un día que no escuchemos en los medios de comunicación, los “admirables” comportamientos de nuestro amigo el animal intelectual. Aberraciones sexuales, violaciones, terrorismo, guerras, catástrofes ecológicas, discriminaciones raciales, celos, envidias, manipulación de la información, abuso de poder, etc., son algunos de esos comportamientos a los que tan acostumbrados estamos. Que hemos conseguido muchos logros dignos y meritorios, es indiscutible. Pero si tuviéramos que pesar en una balanza los logros positivos y los negativos obtenidos por el hombre, no cabe duda de cuales pesarían más.

Existe una percepción popular de que respecto a nuestros abuelos, hemos avanzado en algunas cosas, mientras que en otras hemos retrocedido. Por ejemplo, en el caso de los niños es algo asumido que las nuevas generaciones que juegan ahora en los parques, resultarán bastante más difíciles de educar que las de hace algunos años. El porqué de esto es algo demasiado complejo para exponerlo en este artículo, pero creemos que nadie duda de esta afirmación. Por tanto, considerando que se tiene la opinión generalizada de que la civilización actual avanza en sentido creciente, ¿hemos de aceptar esta opinión como fruto de una percepción subjetiva de la realidad, o en verdad somos más tolerantes, más altruistas, menos codiciosos cada día? ¿Consideramos a nuestra humanidad actual dispuesta a modificar ciertas conductas que perjudican a su entorno y a sí misma? ¿No será que nuestra fantasía es la que nos hace creer que todo marcha bien cuando en realidad no es así? ¿Que nos hace pensar que nos hallamos en mejor situación que las de esas gentes que mencionan los mitos?

El Kali Yuga

En lo que están de acuerdo los expertos que tratan el punto de vista mitológico de las grandes catástrofes, es que nuestros antepasados no indicaban nunca el final del mundo, sino el final de Un Mundo. Según los hindúes estamos viviendo la última edad del hombre (Kali Yuga) y la más decadente del actual ciclo de la Creación. Las cuatro edades o Yugas: Satyâ, Trêtâ, Dwâpara y Kali, se corresponden a lo que en occidente entendemos por Edad de Oro, Edad de Plata, Edad de Bronce y Edad de Hierro. La creación de un mundo pasa por diversas etapas o ciclos denominados Manvantaras; concluida una fase, algún tipo de cataclismo global (como la extinción de los dinosaurios o el diluvio) pone fin a un ciclo y prepara el escenario para el siguiente. Lo que explicaría el cambio climático que hizo que el Antiguo Egipto padeciera enormes períodos de lluvias e inundaciones donde ahora sólo hay desierto; o la elevación de los Andes peruanos, como es el caso de la ciudad portuaria de Tiahuanaco que antaño estaba situada a nivel del mar, mientras que ahora lo está a 4.000 metros de altitud. Se apunta la cuestión de que en todas las cifras que se barajan en esos cálculos hindúes, se dan determinadas características que hacen pensar que dichas cantidades son en realidad simbólicas, por tanto cualquier predicción que pretenda describir el momento exacto en que ocurrirá el anunciado cataclismo, está condenada al fracaso. A no ser, como ocurre con los mayas o Nostradamus por ejemplo, que sepamos interpretar su lenguaje simbólico y captar el mensaje oculto que se quiere trasmitir a través de algunas de esas profecías.

En las filosofías orientales se hace hincapié en que pequeños cambios (como los que puede realizar un individuo sobre sí mismo) pueden favorecer un cambio a un nivel más amplio. Y es aquí, en nuestra opinión, donde podemos contribuir a mejorar nuestra relación global. Lo que es evidente es que el clima político mundial, más dado a la guerra que a la paz (aunque pretendan vendernos lo contrario), puede propiciar en cualquier momento una serie de acontecimientos que encadenándose unos con otros, hagan insostenible la convivencia en este planeta. No es descabellado prever la posibilidad (ojalá nos equivoquemos) de que pueda ocurrir un final de ciclo provocado en parte por el propio hombre. Pero está claro que mejorando nuestra calidad como personas y haciendo llegar esta actitud a través del ejemplo, a nuestro entorno, contribuiremos (estamos seguros de ello) a lograr un mejoramiento colectivo y eso sí que puede modificar el curso de los acontecimientos. Pero si nos hundimos en el fango del materialismo, la ostentación y el escepticismo, sólo podremos esperar desenlaces como los que se narran al principio de este artículo.

Buscando nuestra espiritualidad más exaltada y hacerlo con la seriedad que merece, va a hacernos entender y apreciar, que muchas personas que renuncian o desprecian su mundo interior, de hecho ya se encuentran por esta causa, en un final, su propio Apocalipsis. Pues están negándose a sí mismas la verdadera calidad de vida, la verdadera felicidad, que por derecho, debemos reconquistar en nuestros corazones. Las civilizaciones que poblaron antes que nosotros este planeta, pagaron con su desaparición la dejadez, el olvido de sus obligaciones espirituales, cayendo en la degeneración moral provocada por el proceso involutivo de la propia Naturaleza. Recordemos que culturas como la egipcia, china o maya, poseían una exquisita visión de la espiritualidad que supieron plasmar en su arquitectura,  pintura, escultura, etc. En cambio hoy en día el arte contemporáneo es frío, abstracto y carente de mensaje profundo, que refleja el estado real de nuestra civilización. El ser humano es capaz de las mayores atrocidades, pero también de los más admirables comportamientos. ¿Será entonces capaz ésta humanidad de invertir este proceso involutivo dentro de sí misma o debemos resignarnos a aceptar que somos incapaces de mejorar? Sinceramente, con Amor todo es posible si se ama profundamente. Y esto el ser humano lo tiene que saber aprovechar.