Si, cuando lleguemos a Santa
María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de
frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta
del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes
sois vosotros?»
Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros
hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que
vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres.
¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera
aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche.
Si
sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él,
todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien,
pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios
quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano
León!, que aquí hay alegría perfecta.
Y si nosotros
seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y
golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de
aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay
comida ni hospedaje para vosotros!»
Si lo sobrellevamos con paciencia y
alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que
aquí hay alegría perfecta.
Y si nosotros, obligados por el hambre
y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y
suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita
entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos
pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido».
Y sale fuera con un
palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por
la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo
soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos
de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh
hermano León!, escribe que aquí hay alegría
perfecta.
Y ahora escucha la conclusión,
hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del
Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de
vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo
Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades.
Porque en todos los
demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino
de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no
hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué
te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? Pero en la
cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya
que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero
gloriar sino en la cruz de Cristo.