"Un poco de Ciencia nos aleja de Dios, pero mucha nos devuelve a Él"
Louis Pasteur
(Químico y Biólogo francés)
Debido a un encadenamiento de casualidades, la primera célula de vida que existió en nuestros mares nació, sin padre ni madre, hace al menos 580 millones de años. La carrera por la vida había comenzado. Y la historia que continúa es bien conocida por todos. Con la aparición, en el Cámbrico, de los primeros microorganismos, la vida se desarrolla rápidamente hacia seres más complejos. El escenario evolutivo se enriquece cuando los peces, que sirvieron de modelo a los anfibios, dan paso a los reptiles. Obligados a adaptarse al medio en que viven, los pájaros y los mamíferos, descendientes directos de los dinosaurios, terminan por dibujar un complejo árbol genealógico que culmina con la aparición en escena del ser humano.
Esta historia, que tantas veces hemos escuchado, y que tan bien aprendida tenemos desde pequeños, tiene tanto de imaginativa como de falsa. Aun así, ha sido objeto, durante muchos años, de una eficaz propaganda mediática por parte de la prensa especializada, la televisión y la radio, que la han hecho creíble y “científica”. Pero resulta, que durante estas últimas décadas, la investigación sobre el ADN ha ido mostrando sus secretos mejor guardados, que contradicen mucho ese ficticio argumento. Veamos en qué se equivocan y qué motivos ideológicos sostienen quienes defienden la Teoría de la Evolución.
Si hay algo de lo que no se puede acusar a Charles Darwin, es de no poseer la tecnología necesaria para verificar sus hipótesis evolucionistas. Porque es que no la tenía cuando expuso su, “The Origin of Species”, en 1.859. El único instrumento capaz de escudriñar las intimidades de la célula, el microscopio electrónico, no existía todavía. Por tanto, se asume que formuló su Teoría basándose en suposiciones imaginadas, sin tener ninguna evidencia de peso que la respaldase. Darwin basaba su Teoría en la idea de que toda especie desciende de otra anterior. Todo bicho viviente, incluido el hombre, proviene de un ancestro común. Según esto, un mecanismo de la Naturaleza que él denominó selección natural, hace que, de generación en generación y a través de millones de años, cada especie vaya sufriendo transformaciones que la hacen más eficaz en su entorno. Así es como habría obtenido la jirafa su largo cuello o los pequeños dinosaurios su capacidad voladora. Una debido a la necesidad de alcanzar las ramas más altas de los árboles y otro, para así poder cazar moscas y otros insectos.
Pero, ¡atención a esta última afirmación! Se nos dice que la capacidad voladora surgió cuando pequeños dinosaurios, como el Velociraptor, necesitaron dar caza a las moscas. ¿Cómo es posible que se esté intentando explicar la manera en que surgió el mecanismo del vuelo, si ya había insectos con una perfectísima habilidad voladora? ¿De dónde habían surgido? ¿De quién habían heredado ese mecanismo?
Supongamos una manada de antílopes atacada frecuentemente por leones. Es fácil imaginar que las víctimas más seguras serán los individuos más débiles. O sea, los cachorros y los más viejos.
Mientras que los jóvenes, rápidos y ágiles, tendrán mayor probabilidad de sobrevivir. Ahora bien, afirmar que estos últimos aportan una mejora en la especie sólo por el hecho de correr más rápido, además de no tener ningún fundamento científico, es un engaño. Aunque es cierto que la selección natural asegura la supervivencia de los más fuertes, y por tanto, la continuidad de la manada, los antílopes van a seguir siendo antílopes pase lo que pase.
Otro ejemplo usado como estandarte para justificar esta cuestión de la selección natural, es el de las polillas.
A principios de la Revolución Industrial en Inglaterra, la corteza de los árboles cerca de Manchester tenía un color claro. Debido a eso, las polillas de color oscuro que se posaban en ellos se convertían en presa fácil al distinguirse rápidamente, mientras que las de color claro pasaban más desapercibidas. Al cabo de unos años, por culpa de la contaminación, las cortezas fueron oscureciéndose. Ahora eran las polillas de color claro las más cazadas por los pájaros. Para los evolucionistas era este un claro ejemplo de cómo estos insectos habían ido modificando su color, adaptándose a las nuevas circunstancias.
Pero esto es falso, pues en ningún momento se produjo la aparición de una nueva especie. Las polillas de color oscuro ya existían antes de la Revolución Industrial. Lo único que se modificó es la parte proporcional de la población general. No adquirieron nuevos rasgos u órganos que modificaran la especie. Para que una polilla se transforme en otra especie viva, por ejemplo, en un pájaro, los genes tendrían que experimentar agregados. Es decir, tendría que haber cargado o agregado otro programa genético completo que incluyera la información acerca de los rasgos físicos del pájaro. Pero eso no es posible.
Debido a la urgente necesidad de encontrar lo que ellos llamaban “formas transitorias”, es decir, los fósiles que demostraran la transformación de una especie en otra, se lanzaron a la caza y captura de algún fósil de reptil medio pájaro o medio mamífero. Pero no encontraron nada. Nunca se ha encontrado ninguno de esos fósiles que demostrasen que Darwin tenía razón. A no ser que consideremos como válidos los errores cometidos con el Celacanto y el Ornitorrinco.
Restos de estos animales, que se creían extinguidos hace millones de años, se exhibían como ejemplos de animales en transición del medio acuático al terrestre. Al Celacanto se le pintaba con las aletas a modo de patas para salir del agua. Y al Ornitorrinco, como una mezcolanza de animal a medio camino entre pez, ave y mamífero. Pero esos “fósiles” no sólo seguían vivitos y coleando, sino que no habían evolucionado nada en todo ese tiempo. Como tampoco lo habían hecho la tortuga, el tiburón o la hormiga. Eran idénticos a como lo habían sido durante millones de años.
Creyendo haber encontrado esa prueba que necesitaban, presentaron al Arqueoptérix como un reptil en su transición a pájaro. Esto lo dijeron porque, según ellos, este animal carecía del hueso esternón sobre el cual se fijan los músculos para volar.
Pero hallazgos posteriores demostraron que podía volar perfectamente.
También afirmaban que al tener espolones en las alas, era lógico pensar que era medio reptil. La presencia de plumas en su cuerpo era señal inequívoca de un organismo de sangre caliente. Y los reptiles lo son de sangre fría.
Además, espolones como los que presentaban los fósiles de este prehistórico animal, lo tienen algunas aves en la actualidad como el Huraco.
¿Y porqué tenía dientes?, decían ellos. A este respecto hay que decir que la estructura dental del Arqueoptérix era completamente diferente a la de sus supuestos hermanos los lagartos. En cualquier caso, no todos los reptiles tienen dientes. Algunos los tienen y otros no. Por tanto, no es concluyente afirmar que por tener dientes tenga que ser necesariamente un reptil.
Presionados por la falta de pruebas, algunos evolucionistas plantearon la posibilidad de un cambio repentino y radical. Mientras algunas especies pudieron evolucionar de forma lenta y gradual a través de millones de años, otras pudieron hacerlo de manera brusca.
O sea, que por caprichosos accidentes genéticos, de un huevo de reptil pudo surgir un ave completamente formada. Y no es que tuviera alas. Es que por tener tenía hasta plumas, pico, huesos más livianos, transformaciones en su metabolismo y otros imposibles cambios. Semejantes afirmaciones dan a entender que lo importante no es dar con la verdad, sino defender a ultranza algún tipo de ideología. A pesar de esta insostenible falacia, los científicos de la genética, parecían haber encontrado, por fin, la solución a sus problemas. O eso al menos es lo que creían.
El fraude de la Mutación Genética
Como habíamos dicho, hubo una primera célula que se convirtió en un auténtico quebradero de cabeza para los evolucionistas, pues apareció de la nada, sin que tuviese ningún antecedente del cual surgir. Vamos, huérfana total. ¿Cómo o de dónde había salido esa primera señal de vida? Como respuesta a esta pregunta alegaron que fue el azar el que produjo la unión de las proteínas, los lípidos, los ácidos nucleicos (ADN y ARN), los carbohidratos, las vitaminas y demás componentes, en ese perfecto diseño que la hace capaz de desarrollar un organismo con toda su historia genética perfectamente definida.
La cosa dicha así no suena tan mal. Pero, en una estructura tan sumamente compleja como es la célula, con billones de combinaciones posibles entre sus distintos componentes, y donde sólo una de esas probabilidades es la válida, es rotundamente imposible confiar ese acto creador al azar. Tanto es así, que todos los intentos llevados a cabo en laboratorios para repetir, voluntaria e inteligentemente, ese milagro llamado célula, terminó en fracaso.
Las mutaciones son pequeñas, azarosas y dañinas. Ocurren raramente y lo más probable es que sean ineficaces. Estas cuatro características de las mutaciones implican que no pueden llevar un desarrollo evolutivo. Un cambio fortuito en un reloj no puede mejorarlo. Lo más probable es que lo dañe, o que, en el mejor de los casos, no lo afecte. Un terremoto no mejora a la ciudad que golpea sino que provoca su destrucción.
¿Nos están diciendo entonces que lo que no puede el hombre con su moderna tecnología y su inteligencia, lo pudo la casualidad? Pues sí. Aunque parezca sorprendente, los evolucionistas se empeñan en afirmar que somos fruto de caprichosas coincidencias que han ido sucediéndose, una y otra vez, hasta formar nuestro actual estado humano.
Suponiendo que esto fuese así, que es mucho suponer, ¿dónde están esos miles de seres malformados que no llegaron a prosperar? ¿O es que la Naturaleza es capaz de alcanzar con éxito tan enorme dificultad, de una sola vez? Porque debieron existir animales que, siendo aves, añadieron elementos de los mamíferos, que se sumaban a los que ya tenían como reptiles, dando como resultado criaturas semi-reptiles o semi-mamíferas. Pero repetimos que ningún fósil ha salido a la luz para decir que eso sea cierto. Como vemos, esa farsa llamada Teoría de la Evolución hace agua por todos lados.
Decíamos que numerosos experimentos se llevaron a cabo sin que ninguno de ellos tuviera éxito. Los reiterados fracasos forzaron a los científicos a reconocer que ningún cambio era posible en el ADN. Pues todas las manipulaciones terminaban en horribles malformaciones que algunos pobres animales tuvieron que padecer. Y todos, sin excepción, fallecían al poco tiempo.
A la luz de la Ciencia se sabe que para que se produzca una mutación sobre las moléculas del ADN, ha de haber incurrido una acción química o una radiación.
Y en todo caso, se podrán dar malformaciones físicas, como los siameses o cualquier otra deformidad, pero que, de ningún modo, se transmiten a los hijos. Una persona que nació sin brazos no transmite esa anomalía a sus descendientes.
Los casos de este tipo que se dieron en las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, o el accidente nuclear de Chernobyl, así lo demuestran. Aunque hubo allí casos de malformaciones hereditarias, no se conoce la existencia de modificaciones permanentes en el ADN. Es decir, que aun habiendo generaciones enteras con secuelas terribles en sus cuerpos, la Naturaleza tiende a reparar aquello que está defectuoso. O lo elimina, para que no desestabilice el delicado equilibrio natural.
Las personas que sufrieron en sus carnes, la devoradora fuerza de la radiación, siguieron con sus vidas como pudieron. Se casaron con gente normal. Tuvieron hijos normales. No hablamos de fetos que, directamente, se vieron afectados. Estamos hablando de que la vida volvió a ser la que era antes. Y así es como los actuales habitantes de esos lugares, salvo contadas excepciones, vuelven a tener las mismas particularidades genéticas que tenían antes de tan fatídicos acontecimientos.
Ningún cambio se produce en la estructura del ADN sino es de forma provocada. En cuyo caso, el resultado más probable será la muerte. Nos preguntamos cómo se las arreglaría para sobrevivir un reptil que, por accidente, nace con alas y no es capaz de volar todavía. Porque recordemos que el requisito para volar no es sólo tener alas. Lo más probable es que fuese víctima fácil de otros depredadores al tener alas donde debería haber unas patas. Aun así, se nos dice que ese pobre bicho no solo sobrevivió, sino que transfirió ese rasgo a las demás generaciones, hasta que finalmente logró alzar el vuelo y convertirse en pájaro.
Otra cosa. Para que ese pobre bicho transfiera esos rasgos a la posteridad, tendría que dar con otro animal del sexo opuesto, con idénticas malformaciones, para que tuviese continuidad ese cambio genético. Si ya es poco probable su propia supervivencia, como para ir confiando en que encontrará otra pareja con sus mismas condiciones, se aparearán y sobrevivirán sus hijos. La cosa es bastante poco probable.
Si en la época de Darwin, donde se desconocía la estructura celular, era suficiente afirmar que la vida era el resultado de aleatorias coincidencias para que la gente se lo creyese, ahora la cosa ha cambiado. En la actualidad, se sabe que la célula viva es autosuficiente gracias a la cooperación armoniosa de muchas organelas. Con sólo una de esas organelas que deje de cumplir su cometido, la célula no podrá mantenerse con vida. Aquí no sirve decir que mecanismos inconscientes como la selección natural o la mutación genética desarrollaron ese milagro molecular. La primera célula que existió sobre la Tierra fue forzosamente una célula completamente formada, con todas sus organelas y funciones requeridas. Lo cual significa que fue creada desde el principio sin necesidad de evolucionar. O la célula estaba completa o no existía como tal.
Si tenemos en cuenta que una molécula de proteína contiene un promedio de 288 aminoácidos, cada uno situado exactamente donde debe estar y de los cuales 12 son de diferentes tipos, es imposible creer que tan enorme margen de probabilidades (1300), sea resuelto de manera inconsciente y por azar.
Todo ese argumento que intenta hacernos creer que nuestro maravilloso cuerpo humano es fruto de casuales cambios en el ADN, es tan improbable como pensar que un automóvil se construye a sí mismo a partir de los desechos esparcidos en un desguace. Va siendo hora de que se ponga claridad donde sólo ha habido manipulación y falsificación de pruebas. Y a eso es a lo que vamos.
Evolución y Materialismo
La Teoría de la Evolución es una farsa y ya no se mantiene, ni siquiera, como argumento científico. Entonces, ¿por qué se la sigue manteniendo vigente en los sistemas educativos si está engañándose a la sociedad? ¿Que motivos ideológicos impulsan a determinados estamentos gubernamentales a sostener una mentira que ha estando sumiendo en la confusión a gran parte de la humanidad? ¿Por qué no se destinan los mismos medios económicos y materiales a estudiar en profundidad los cientos de mitos de la Creación repartidos en todo el mundo? ¿Por qué, en lugar de eso, lo único que se hace es ridiculizar cualquier expresión religiosa, rebajándola a la categoría de folklore ignorante y supersticioso?
En Europa, hasta comienzos del siglo XIX, todos aceptaban que el mundo, como lo conocemos ahora, fue creado por Dios. Pero también se desarrolló una fuerte oposición a esa creencia. Algunas personas no querían admitir que el Universo fue creado. Es más, sufrían por encontrar una explicación alternativa. Los esfuerzos en esa dirección dieron sus primeros resultados importantes a través de las teorías desarrolladas por Erasmus Darwin, Lamarck y otros biólogos.
La Teoría, que fue presentada por ellos y que afirmaba que las cosas vivientes evolucionaron, una de otra, como resultado de coincidencias, fue recogida finalmente por Charles Darwin, quien la desarrolló y la hizo mundialmente famosa. Todos los ideólogos afines a esos planteamientos pensaban que se había propinado un gran golpe a la Religión. Desde entonces, la Teoría fue usada como arma arrojadiza para atacar a la Religión.
Primero en las sociedades cristianas y luego en el mundo islámico, se transformó en el instrumento indispensable para la guerra antirreligiosa. Los artífices de esa ideología querían asegurarse un argumento lo bastante convincente como para establecer, no sólo una visión alternativa a la que aportaban las tradiciones, sino que aplastase y ridiculizase dichos argumentos. Por eso, el apoyo a Darwin fue total. Ellos sabían que para instaurar su filosofía entre las masas, el mejor medio era la persuasión. Convencer a todos de una visión que favoreciese a esos ideales, era una misión lo suficientemente importante como para justificar la manipulación y el engaño. Y a ello se dedicaron intelectuales y medios de comunicación.
Cuando en 1.847, Karl Marx y Friedrich Engels escribieron su Manifiesto Comunista, la Dialéctica Materialista quedó instaurada. Muchos se afiliaron a esa Dialéctica de la Razón, repitiendo como loros, lo que otros decían. En ese Manifiesto no tienen ningún reparo en definir a las religiones como el “opio del pueblo”. Y consideraban que el único camino para la salvación de la Humanidad era la eliminación de todas las creencias religiosas. Pero nunca se molestaron en estudiar esas tradiciones que pretendían hacer desaparecer. Nunca investigaron el Budhismo Zen, ni el Yoga, ni el Hermetismo, ni los Misterios egipcios, griegos fenicios, cristianos,… No hicieron nada de eso. Según los planteamientos de Marx, ese fracasado estudiante de Derecho, la materia existió desde el comienzo del Mundo y seguirá existiendo eternamente. Por tanto, se negaba la existencia de Dios y su papel como Creador.
Según el materialismo, la vida se reduce a consumir cada vez más y poseer la mayor cantidad posible de bienes materiales. El único sentido y valor de la vida es la riqueza material. O sea, el dinero. La felicidad de una persona pasaba a ser directamente proporcional a la cantidad de ceros que tuviese su cuenta bancaria. Y no sólo eso. Basándose en esa equivocada concepción de la Naturaleza que pretende que una especie debe dejar de existir para que otra pueda nacer, se aplicó esta agresiva visión a la vida práctica. La selección natural también tenía lugar en las ciudades, en los países, en los continentes.
Aquello de, “el pez grande se come al chico”, adquiría matices dramáticos a nivel nacional e internacional. Ya no se propugnaba la armonía y la cooperación. En realidad, todos querían ser la especie dominante. Y daban plena libertad a su egoísmo y ambición, escalando peldaños en la jerarquía social para, desde allí, contemplar a las pobres criaturas inferiores. Ya no importaba la vertiginosa pérdida de valores morales. Lo único que valía la pena era destacar a nivel social. Ser la especie dominante. Construir una Europa fuerte basada en el capitalismo, era la excusa perfecta. Pero la Naturaleza, para sobrevivir, nunca consiente que el equilibrio entre los ecosistemas se rompa. Por tanto, ese rasgo depredador del ser humano, capaz, como EE.UU., de invadir otros países sólo para mantener su hegemonía económica y cultural, no es algo previsto en la Naturaleza. Esto es consecuencia de habernos olvidado de Dios.
De esa filosofía materialista que estamos comentando, es aquella afirmación que expresa que solamente lo que se puede demostrar experimentalmente es real y existe. Y que solamente lo que es comprobado científicamente debe ser considerado como cierto. ¿Y qué dirían ahora si viesen sus argumentos cuestionados por esa Ciencia tan adorada por ellos? ¿Quizás dejarían de ser materialistas? ¿O seguirían mintiendo como lo han hecho hasta ahora, para mantener en vigencia su filosofía de vida?
Aunque ellos proclamaban que sólo la Ciencia y la Razón podían resolver los problemas del ser humano, los conflictos interiores que atormentan a la Humanidad, indican todo lo contrario. Sometida su voluntad a la sociedad de consumo, el individuo busca incansablemente llenar el vacío de su alma con la adquisición de modernos artilugios que no hacen otra cosa que aumentar su dependencia del sistema. No hay posibilidad de mantenerse al margen. A menos que uno se de cuenta, claro. Pero como son muy pocos los que lo consiguen, el funcionamiento del engranaje consumista está asegurado. Y no lo consiguen, entre otras cosas, porque la mayoría de personas no se considera atrapada en esa red.
Un mundo así fue el que presentó Aldous Huxley en su obra, Un Mundo Feliz, publicado en 1.932. Allí describía un Estado Mundial, una insensible Administración Globalizada que dominaría el mundo en un futuro. Ese Estado Mundial era totalitario, pero no usaba la fuerza bruta contra el pueblo, porque no se valía de los métodos primitivos del totalitarismo. Como dijo este autor, “en un régimen de opresión efectivo, las personas pueden ser manejadas y controladas sin el uso de la fuerza bruta, porque se acostumbrarán a ser esclavas en cualquier caso”. También George Orwell describió un estado totalitario en su obra titulada, 1.984. Más recientemente, la película Matrix aporta abundante material para reflexionar sobre esta cuestión.
Aunque Darwin tituló su Teoría, “El Origen de las Especies”, no aportaba soluciones sobre nuestros orígenes. Sigue siendo un enigma, para ellos, cómo paso a existir la vida en nuestro planeta. Ante la falta de respuestas, concentran sus esfuerzos en fascinarnos con hermosas recreaciones por ordenador, donde aparecen las especies transformándose maravillosamente en otras nuevas. Parece que no necesitemos más explicaciones. Con las imágenes tenemos suficiente. Y eso es lo que quieren ellos.
Seguramente, que a la mayoría de las personas les resulte más cómodo seguir creyendo ese cuento de hadas de la Evolución. Pero es una verdadera lástima que por culpa de una errónea interpretación de nuestra razón de existir, las gentes echen a perder sus vidas ignorantes de la grandeza del mundo espiritual. Les resulta más fácil hipotecar su existencia en falsas ilusiones y letras de banco. Allá cada cual con su vida.
Pero, si las ideas materialistas ya han sido desautorizadas por la Ciencia del siglo XXI, ¿por qué no se dan a sí mismos la oportunidad de estudiar, practicar y comprender, las ricas enseñanzas espirituales de Oriente y Occidente? ¿No será que existe una delicada relación entre la psicología de esas personas y esa filosofía cobarde del materialismo, que les obliga a defenderla como sea? ¿Por qué se empeñan en pensar que cualquier cosa, aunque sea de dudosa fiabilidad, es mejor que creer que tenemos Alma? ¿Quizás sea el temor a lo que no conocen, lo que les impide mirar hacia dentro de sí mismos? Es muy posible. Porque sorprende mucho ver la facilidad con que giran la cabeza, cuando se les ofrece algún conocimiento que cuestione sus planteamientos. Lo que seguramente no saben ellos, es que la Ciencia, elevada a su máxima expresión, se torna espiritual.
Pero claro, ellos miran para otro lado. En fin, ¿que le vamos a hacer?