Desde tiempos inmemoriales, el ser humano en su afán por sobrevivir, ha ideado formas de autodefensa que le protegieran de su entorno hostil. Esta búsqueda por la supervivencia le ha llevado a crear formas de lucha, con o sin armas, donde la familiaridad con la muerte y con situaciones extremas le han acercado al conocimiento de sí mismo abriéndole a dimensiones del ser humano más acordes con su verdadera naturaleza.
Entonces, ¿es correcto pensar que las Artes Marciales únicamente
tienen la finalidad de establecer unas pautas de autodefensa y ataque contra
uno o varios adversarios, o por el contrario podemos añadir un componente
trascendente a su práctica? ¿Puede el acercamiento al límite mismo entre la
vida y la muerte, conducirnos a una percepción de la realidad que va más allá
de nuestra comprensión? Este breve artículo, que se centrará en las artes
marciales japonesas (Budo), tiene por finalidad añadir un poco más de luz sobre
este tema. Pero no pretende ser excluyente con otras formas de lucha que
desde Egipto y Mesopotamia, hasta Grecia y Roma se practicaron como parte de
las pruebas de iniciación que debían pasar los aspirantes a selectos grupos de
guerreros místicos.
Cuenta la leyenda que un coronel llamado Bradford, oficial retirado de
la armada británica, marchó a Oriente en busca de unas personas que según había
oído decir, habitaban en algún lugar de los Himalayas y practicaban en una
Lamasería unos ejercicios energéticos y espirituales que fortalecían el cuerpo
de tal forma que según él, ”entraban viejos y salían jóvenes”.
Dejando de lado
el componente mítico y legendario, lo que sí se sabe con seguridad es que los
monjes budistas tibetanos ya practicaban desde tiempos muy antiguos alguna forma de lucha corporal
que formaría parte seguramente de su formación monacal, conscientes de la íntima relación entre el cuerpo, la
mente y el espíritu. Más tarde, en su peregrinación por Asia, estos monjes
difundirían estos ejercicios como parte de su doctrina por los países de su
entorno. Así debió ser como llegaron a la India y se desarrollaron adquiriendo
las influencias filosóficas de la cultura hindú, favoreciendo la aparición del
Yoga en sus diferentes formas: Raja-Yoga, Karma-Yoga, Bhakti-Yoga, Hatha-Yoga,
etc.
Su llegada a China se produciría posiblemente de la mano del monje
budista Bodhidharma, el cual a su llegada al Templo de Shaolin (al sur de China), encontró a sus monjes en
lastimosas condiciones físicas. En toda la región proliferaban los ladrones y
bandidos, por lo que se propuso mejorar físicamente a los monjes y para ello
empezó a instruirles en un sistema de combate sin
armas basado en formas autóctonas chinas
e hindúes, (que a su vez eran herencia de las tibetanas) que les sirviera para
hacer frente a situaciones comprometidas. De esta forma se establece la
progresión en la enseñanza que demostraba que para alcanzar al espíritu
primeramente es necesario el dominio del cuerpo, los pensamientos y las
emociones, marcando una clara directriz para la aparición posterior del Kung Fu
y el Tai Chi. De este Templo salieron grandes órdenes de caballería como la del
Dragón Amarillo.
Por aquella época, el comercio chino, japonés y filipino tenía como
punto de encuentro un pequeño conjunto de islas situado al sur del Japón conocido
como Okinawa. Allí los comerciantes intercambiaban productos y costumbres.
Entre esos productos también estaban las Artes Marciales de cada región,
produciéndose en la isla una fusión de todas ellas, dando como resultado un
estilo denominado Okinawa-Te (Mano de Okinawa), antecesor del Karate.
Japón, que acababa de salir de una larga guerra civil,
aspiraba a poseer la riqueza y la
cultura de las islas. Así fue como en el siglo XV las invadió imponiendo sus
leyes y estilo de vida. Este ambiente de
tiranía favoreció entre la población, el sentido de resistencia al invasor. Los maestros de
Okinawa ante esta situación tomaron la decisión de introducir en las
artes de lucha a los
habitantes de la isla, pero en secreto, ya que estaba prohibido por
los japoneses. De esta forma comenzaron a celebrarse reuniones secretas a fin de enseñar a la gente
las
técnicas de lucha. Observamos aquí el componente clandestino en la enseñanza, algo que ya había
ocurrido anteriormente en culturas mucho más antiguas. Para asegurarse que perdurara la
enseñanza, los maestros seleccionaban a aquellos discípulos de
confianza dignos de recibir los más valiosos secretos de su arte. Se aprecia aquí
que en estas artes existía una parte exotérica y otra esotérica, sólo reservada a los alumnos
más preparados. Cuando un arte no poseía continuidad
en su parte esotérica, cuando ya no existían alumnos preparados para ello, sólo quedaba su
parte exotérica, es decir, las técnicas corporales que por sí solas no conducen
al despertar de la Conciencia.
La influencia del Budhismo Zen y del Shintoismo en estas artes originó la
aparición de auténticos guerreros del espíritu; ascetas que junto a un intenso
entrenamiento físico que les ponía en contacto con aspectos más sutiles de su
propio cuerpo como la energía vital (Prana o Ki), unieron prácticas de
meditación, con la finalidad de trascender sus propias limitaciones físicas y
alcanzar un estado de vacío mental que abriera las puertas al auto-conocimiento.
La ceremonia del Té, el arreglo floral, la caligrafía y especialmente las artes
caballerescas de los guerreros samurai son un ejemplo de formas de expresión
con un marcado sentido trascendente,
donde el control sobre los movimientos confiere a los actos cotidianos un exquisito sentido artístico fruto de la
victoria no sobre un enemigo exterior, sino sobre otro mucho más peligroso e
importante: la conquista sobre los propios instintos. Observamos que estas
artes a condición de ser practicadas con
fines fundamentalmente espirituales, constituyen un medio extraordinario para
vivenciar la verdadera realidad de sí mismo. Las virtudes y los defectos, la
fortaleza y la flaqueza, la sutileza y la torpeza quedan visibles para quién
desea su propio enriquecimiento intimo. Los propios maestros no lo eran sólo de
un único arte, sino que dominaban diversas facetas artísticas con la finalidad
de alcanzar un mayor refinamiento de sus acciones, pensamientos y emociones.
Existe una máxima japonesa que expresa que: “Quién alcanza la maestría, lo
demuestra en todos sus actos”.
Algunos de esos maestros como el fundador del Aikido, Morihei Ueshiba,
considerado el más grande maestro de Artes Marciales que ha existido jamás, llegaron
a alcanzar niveles espirituales extraordinarios que supieron plasmar en su
arte. El maestro Ueshiba, que según afirman los historiadores, era la persona
más religiosa del Japón, tuvo una vida repleta de hechos asombrosos perfectamente
documentados y registrados. Esta persona fue y sigue siendo el ejemplo a seguir
para muchas personas que más allá del aspecto meramente físico buscaron y
siguen buscando el dominio de sus temores, instintos y debilidades no a través
de vacías teorías y especulaciones, sino a través de una sufrida y constante
práctica que con sinceridad y corazón les abrirá posiblemente el camino al conocimiento
de sí mismos, de la Naturaleza y del Universo.
El mensaje que los antiguos maestros velaron
bajo la forma de movimientos corporales de todo tipo, queda necesariamente oculto
para aquellos corazones demasiado impacientes y soberbios para comprender, y visible para
aquellos que con humildad y sencillez, y tras largos años de entrenamiento encontrarán el
verdadero sentido que impulsó a tibetanos, hindúes, chinos, japoneses, etc., a
crear unos sistemas de lucha externa e interna que conducen a los hombres
que anhelan y buscan con sinceridad, a la verdadera y única realidad, convirtiéndolos en
auténticos GUERREROS en su más amplio sentido, como los ha habido en todas las épocas. Desde los guerreros celtas
galos, los caballeros Águila y Tigre aztecas, los caballeros templarios de la
Edad Media, los guerreros khsatrya hindúes, etc., son sólo algunos ejemplos de
las múltiples formas que ha adoptado a lo largo de la historia la búsqueda de
la trascendencia a través del arte guerrero.
Actualmente se observa que algunas Artes Marciales por desgracia sólo constituyen una modalidad deportiva más, donde la meta a conseguir se limita a campeonatos y trofeos quedando la verdadera motivación de estas, casi totalmente desplazada, olvidando su esencia, despreciando la Tradición o adaptándola a sus propios intereses, alejándose de aquella que conduce a la auténtica liberación del individuo. Desde aquí un saludo a todos aquellos que desde el anonimato continúan buscando.
Actualmente se observa que algunas Artes Marciales por desgracia sólo constituyen una modalidad deportiva más, donde la meta a conseguir se limita a campeonatos y trofeos quedando la verdadera motivación de estas, casi totalmente desplazada, olvidando su esencia, despreciando la Tradición o adaptándola a sus propios intereses, alejándose de aquella que conduce a la auténtica liberación del individuo. Desde aquí un saludo a todos aquellos que desde el anonimato continúan buscando.