domingo, 29 de noviembre de 2015

La magia del sonido y la música

“La más hermosa y profunda emoción que podemos experimentar
es la sensación de lo místico. Es el origen de toda verdadera ciencia.
Los seres ajenos a esta emoción, incapaces de maravillarse
y sentir esta reverencia, se hallan prácticamente muertos”

Albert Einstein

La inmensa mayoría de tradiciones hacen referencia a que antes de la existencia del mundo existía el caos. Y éste se concibe como un Universo en potencia donde no hay creación, ni contraste alguno. En las cosmogonías antiguas se da a este caos primordial la representación de una enorme extensión de agua, un mar infinito que guarda en su interior todas las potencialidades. Considerando, según la filosofía hermética, que el ser humano es un reflejo microcósmico de lo infinitamente grande, podemos deducir que en su estado inicial el hombre también vive en una especie de caos, de desorden. Y decimos caos porque el ser humano carece, en principio, de individualidad psicológica, de continuidad de propósitos, de voluntad consciente. No obstante, al igual que ese Caos inicial contenía la semilla que dio origen a la Creación, así también el hombre tiene en su interior la posibilidad de dar forma a su Magnus Opus, su propia Creación. Según esas mitologías, una gran vibración dio origen a todo lo creado: estrellas, galaxias, planetas, etc. Esa vibración, ese sonido, esa palabra, como queramos llamarlo, estableció un orden en lo creado y aportó al mismo tiempo una íntima relación entre el Divino Arquitecto y su obra. 



“En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios”

Juan 1.1

La palabra crear significa “producir algo de la nada”. Las diferentes creaciones narradas en los llamados libros sagrados son definiciones veladas, metafóricas y simbólicas de una realidad que para el entendimiento del hombre corriente, resulta dificultosa. Grandes sabios afirman que la Creación es un misterio que sólo puede llegar a comprenderse plenamente por revelación espiritual o por una iluminación de la inteligencia y el corazón. 

Louis Cattiaux escribió al respecto: “La Creación es un secreto de Dios que muy pocos han conocido o conocerán claramente, y esto humilla a los inteligentes del mundo, que no pueden penetrarlo con su pequeña inteligencia”

La creación que debemos realizar en nosotros es la conquista interior de sí mismos, recuperar nuestra verdadera y legítima libertad. De la misma forma que las mitologías reflejan esa lucha entre el orden creador y el caos destructor, así también en el ser humano existe esa eterna lucha entre recuperar esa individualidad sagrada que cada alma posee o dejarse arrastrar por la inercia de la vida. 

Pitágoras y la Resonancia 

Cada elemento de la Creación se halla en estado de vibración. Por tanto, el sonido debe entenderse como vibración. La Resonancia es la frecuencia en la cual un objeto vibra más naturalmente. Todo tiene su frecuencia de resonancia, la percibamos o no. Desde las órbitas de los planetas alrededor del Sol, hasta el movimiento de los electrones alrededor de los átomos, todo vibra. Y nuestro organismo humano no es una excepción. Cada órgano, hueso o tejido de nuestro cuerpo tiene su propia frecuencia de resonancia y que, en conjunto, forman una frecuencia compuesta. Por medio de la resonancia es posible que las vibraciones de un cuerpo se pongan en movimiento. Esto explica porqué un cantante de ópera puede llegar a romper una copa de cristal. El cantante iguala la frecuencia de resonancia del cristal, provocando su vibración y debido a la amplificación de esa frecuencia, la copa finalmente estalla. Otro tanto sucede cuando un avión “rompe” la barrera del sonido y hace temblar los cristales de las ventanas. El sonido ciertamente puede destruir, pero también crear, como veremos más adelante.

Según nos cuenta Pitágoras, los antiguos egipcios concebían el Universo como una enorme sinfonía en la que cada planeta emitía su nota particular, estableciendo la creencia de que el verdadero motor del Universo es el sonido. Los grandes músicos del pasado conocían a la perfección este hecho. Personajes como Mozart, Beethoven o Wagner, eran conscientes de la repercusión más allá de lo físico que ejerce la música sobre las personas. Y en sus partituras, en sus creaciones (como Iniciados que eran), intentaban transmitir, a través del sonido, una enseñanza universal sin palabras, sin conceptos y que va directamente al corazón, no al intelecto que todo lo tergiversa. Por ello, los sufíes dicen de la música que es ghiza-e-ruh (comida para el alma). Según el sabio griego, el Universo es como un inmenso monocordio (instrumento musical de una sola cuerda), que se extiende entre los cielos y la Tierra. 

El extremo superior está conectado al Espíritu Absoluto, mientras que el extremo inferior lo está a la Materia Absoluta. Por medio del estudio de la música como una ciencia exacta y matemática, él opinaba que se podían llegar a conocer todos los aspectos de la Naturaleza, demostrando así la relación armónica entre los elementos, los planetas y las constelaciones. Este maestro nos habla además de la “Música de las Esferas”, que sería el sonido provocado por el movimiento de los planetas en el espacio. De esta forma se establecía una íntima vinculación entre lo que sucedía en el gran Cosmos y en nuestro pequeño organismo humano. Sabemos que Beethoven era sordo cuando compuso muchas de sus sinfonías. No en vano se dice que las nueve sinfonías de este gran músico, están inspiradas en esa Música de las Esferas.

“Tal como es arriba, así es abajo”

Hermes Trismegistro

Como parte de esa música cósmica que es, el ser humano debe retornar a esa nota particular, a esa frecuencia de resonancia que le une a todas las demás. Un niño pequeño se halla en armonía con su vibración particular, lo que le confiere esa belleza e inocencia que irradia en todo lo que hace. Una persona que se esfuerza por regenerar su vida, por elevar su nivel de Ser y reencontrar su vibración particular, donde quiera que vaya (debido a la afinidad vibratoria), atrae circunstancias que le son favorables. En cambio si la persona es débil y se deja arrastrar por la vida y su mecanicidad, las circunstancias que le van a ir ocurriendo le harán sumergirse cada vez más en la marea de la vida, haciéndole perder su fuerza de voluntad. Ateniéndonos a la afirmación de Pitágoras, en la medida en que el ser humano se aleja de esa frecuencia de resonancia que le une a lo espiritual, se vuelve más escéptico e ignorante de la verdadera realidad de sí mismo. Esto conlleva al estado caótico que mencionamos al principio. De ahí la importancia de la música. Pero no cualquier música. La música clásica sería la más adecuada para esta finalidad. Ya conocemos el efecto positivo de esta música sobre las plantas y los cultivos. Desgraciadamente, gran parte de la música moderna lejos de favorecer estados de intimidad e introspección, conducen a estados pasionales y desenfrenados que contribuyen a acentuar ese estado inarmónico en nuestro interior. La Musicoterapia no es sino una forma de hacer uso de ese poder de la música con fines terapéuticos y de transformación. Pero esto no es, ni mucho menos, una invención moderna. 



Sonido y Materia 

La cimática o el estudio de las formas de onda, ilustran de manera espectacular la relación existente entre frecuencia y forma. Es la prueba palpable y científica que confirma que los diferentes mitos antiguos estaban en lo cierto. Ella nos demuestra que el sonido geometriza en el espacio, es decir, que el sonido crea. Un sorprendente y revelador experimento realizado con cristales de agua, demostró al científico japonés Masaru Emoto que no solamente el sonido ordenaba la forma geométrica de esos cristales, sino que hizo diversas comprobaciones que demuestran la repercusión del sonido en los elementos. Comparó el agua de un manantial de montaña con un río contaminado por una gran ciudad y sus industrias, obteniendo que la simetría de las gotas iba deteriorándose a medida que perdía su estado original. En contacto con su ambiente natural, ésta conservaba su estado armónico; en cambio, en contacto con la contaminación y la mala vibración de las industrias, perdía progresivamente esta condición. Pero no solamente eso, las comparó entre diferentes tipos de música, obteniendo resultados asombrosos.

En uno de los casos, el agua sometida a la Sinfonía nº 40 de Mozart adoptaba una forma maravillosa y llena de armonía; esa música es un prodigio de belleza y parece que el cristal formado está hablando en nombre de los sentimientos de su compositor. Otro experimento sometió el agua a la canción “Gaia, Sinfonía nº 1” de Enya, obteniendo unos resultados muy satisfactorios. Esta famosa artista cuyas obras reflejan un mundo místico, propio y singular, consigue crear un bello cristal, tierno y delicado. En un tercer experimento aplicó el agua a música “Heavy Metal” que terminó por dibujar una figura deformada e irregular. Es como si el agua (por una u otra razón) hubiera reaccionado negativamente ante esta música. Estas son pruebas claras de cómo el sonido, la energía vibracional de las personas, sus pensamientos, las palabras escritas, el verbo, las ideas y la música no sólo nos afectan psíquica y emocionalmente, sino que también pueden alterar nuestra estructura molecular. No olvidemos que al igual que el planeta Tierra, nuestro cuerpo está compuesto en un 80 % de líquidos. De ahí la importancia de seleccionar cuidadosamente las impresiones que emitimos y recibimos. 

En el Principio era el Verbo…

Si recordamos lo dicho al principio del artículo, una gran vibración (Big Bang) dio origen a todo el Universo. En consecuencia, el ser humano es, en sí mismo, una vibración. En la cosmogonía hindú es la flauta de Krishna la que crea el mundo y su onda musical la que produce los primeros corpúsculos. De forma similar a la flauta de Krishna, es la Voz (el sonido) lo que en otras doctrinas lleva a la creación material. De la misma forma que en la tradición hebrea Elohim es el ser del que emana la Voz, en la hindú, el dios primordial se identifica con la vibración sonora. Todo cuanto hay en el Universo, en el nivel más infinitesimal, se interconecta a través de vibraciones/sonidos.

Una cuestión de gran trascendencia es el uso que se le da a la Palabra. En la Antigüedad, se le daba una enorme importancia, debido a esa íntima relación entre el Verbo (La Palabra) y toda la Creación. Cuando alguien daba su palabra a otra persona, esto poseía más valor que cualquier documento escrito. El saludo tradicional que realizan los musulmanes, as salâm ‘alay-kum, tocándose primero la frente, el corazón y finalmente los labios, viene a querer significar: “lo que pienso con mi corazón es lo que sale de mis labios y así te lo digo”. El voto de silencio de algunas confesiones religiosas, es otro vestigio de la importancia que en el pasado, se le daba a la palabra. Con el tiempo ese uso sagrado de la palabra fue degenerando y perdido su sentido místico. El típico charlatán o el blasfemo, son ejemplos del enorme distanciamiento que se ha producido entre lo que se siente y lo que se dice. Porque aquí radica la cuestión. Toda palabra tiene un valor externo y un valor interno. Sólo somos bellos cuando actuamos en armonía con la Conciencia Divinal depositada en nosotros. Es decir, cuando nuestra vibración o música exterior, está en armonía con nuestra música interior. Aplicando una sencilla fórmula entenderemos mejor este punto:

FRECUENCIA + INTENCIÓN = TRANSFORMACIÓN

Esto significa que la intención es tan importante como la frecuencia que se le proyecta hacia la otra persona. En otras palabras, es tan importante lo que decimos, cómo la forma de decirlo. Por ejemplo, al decir “Me gustas”, se puede notar la diferencia de timbre cuando lo decimos a una persona querida (el padre, un niño, un hermano), cuando lo decimos a una persona que nos atrae sexualmente (esposa, novia, amiga) y cuando lo decimos a alguien que nos desagrada, alguien a quien no soportamos. Evidentemente algo cambia en las tres formas de decirlo. ¿Las distintas personas captarán en estas palabras la diferencia de intención de cada una de ellas? Son las mismas palabras, la misma frecuencia, pero las diferentes intenciones nos afectarán de una manera muy distinta. En este caso estamos de acuerdo en que lo que decimos repercute sobre los demás, pero también sobre nosotros mismos. Si usamos un insulto contra alguien, esa mala vibración que se genera también nos afecta a nosotros, contribuyendo a alejarnos de nuestra vibración particular. En cambio, si usamos la palabra teniendo presente dicha vibración, no sólo mejoramos la que llega a la otra persona, sino que permite un acercamiento a la nuestra propia. 

La Voz, Sonido del Alma

Nuestros antepasados conocían el poder de la voz humana y del sonido/vibración. A lo largo de la historia gentes de todas las culturas han cantado, rezado o recitado, conectando con su centro interior y armonizándose con el Universo exterior, a través del sonido. En la actualidad, rabinos, sacerdotes o monjes del judaísmo, cristianismo, hinduismo y budismo, continúan recitando y cantando. Como el chamán, cuyos sonidos le transportan a un trance místico que le retorna anímicamente a sus orígenes espirituales; como el yogui, que repite una y otra vez el sagrado “Om”; o el sanador navajo, que baila y canta en las ceremonias de curación; o los monjes tibetanos, que recitan mantrams al unísono en un remoto monasterio; o el coro cristiano que entona cantos gregorianos elevando sus voces en alabanza al Señor.

En todas las confesiones religiosas del mundo existe pues el concepto de la oración. Grandes personajes como Santa Teresa de Jesús nos hablan de su enorme poder. Si una gota de agua es capaz de modificar su forma en función de la vibración que se le aplique; otro tanto sucede cuando una persona recita una oración. Como nos decía la fórmula anterior, no será tanto la oración que se recite, como el sentimiento y la intención que se pone al pronunciarla, lo que le aportará ese poder. Es decir, que la duda o la falta de fe en lo que se está diciendo, resta efectividad a esas palabras. Como dijo un gran sabio: “La oración debe ser un deseo que se sienta en el alma. Toda oración o deseo será satisfecho o realizado toda vez que no se verifique un cortocircuito. La duda y la falta de fe en general, es la causa de ese cortocircuito”. La voluntad que se imprime a esa oración o petición, tiene la facultad de unificar, de armonizar toda nuestra vibración interior, en beneficio de aquello que se solicita. Utilizando inteligentemente la oración, la mente, la imaginación y el corazón, podemos beneficiar a muchas personas si nuestra intención así lo quiere, en casos de graves problemas o enfermedades.

Como oración conocida, al menos en el mundo cristiano, encontramos el “Padrenuestro”, que constituye un conjunto de oraciones cada una con una finalidad específica. La recitación mecánica de cualquier oración, resta poder a lo que se dice. En cambio, hacer conciencia de lo que se está diciendo y su finalidad, favorece los objetivos deseados. En el budismo tibetano encontramos el conocido mantram “Om Mani Padme Hum”, que a todas luces resulta el equivalente budista a la mencionada oración cristina. Entendiendo la importancia de la oración y los mantram para elevar el estado vibracional de la persona que los recita, vamos aceptando el porqué en el pasado (y también en el presente) las tribus indígenas daban tanta importancia a la danza ritual y los cantos como elemento imprescindible en todo rito que se considere importante como el nacimiento, la iniciación de los jóvenes a la madurez, el matrimonio, los cambios de estación, etc. La emotividad del momento, favorecida y aumentada por la carga acústica que las danzas, los tambores y los cantos imponía sobre los asistentes, nos hace comprobar una vez más que la música no es un mero pasatiempo cultural, sino que comporta un gran valor oculto que sabiamente utilizado, permite conseguir unos determinados estados psíquicos, mentales y emocionales, que de otra forma serían mucho más difíciles de conseguir.

Por todo lo dicho en el artículo, llegamos a la conclusión de que el sonido verdaderamente puede crear, pero no sin respetar las leyes que lo rigen. Si observamos la imagen, a primera vista parecerá que estemos viendo un cuello de útero o una vagina. En realidad se trata de una laringe, pero no deja de sorprender la semblanza entre ambos órganos. Cuando el adolescente alcanza la pubertad y comienza su cuerpo a fabricar las hormonas sexuales, tiene lugar también un cambio en su voz. La laringe sufre, en ese intervalo de tiempo, unos importantes cambios. La voz de los hombres se vuelve por lo general, baja y profunda, mientras que en las mujeres lo hace aguda y fina. Es evidente que existe una íntima conexión entre la sexualidad y la voz (el Verbo), que repercute en algo más que en los sonidos que se producen. La conexión se produce estrictamente a nivel celular. Si los mitos nos dicen que el Divino Arquitecto del Universo creó con la Voz y ésta se relaciona con la sexualidad, y además se nos dice que el ser humano es un reflejo del gran Cosmos, podemos deducir de todo ello, que verdaderamente se tendrá fuerza y poder en la Voz en la medida en que nuestra sexualidad así lo permita. Como ya hemos dicho, la Palabra que en la antigüedad gozaba de una alta consideración, terminó por degenerar y vulgarizarse su uso. Así también la sexualidad que en el pasado adquiría un matiz principalmente espiritual, ha involucionado hasta convertirse en la actualidad en una forma de satisfacer deseos puramente egocéntricos.

Si delimitamos la capacidad sexual creadora del ser humano (en cooperación masculina y femenina) a la función reproductora, estamos entendiendo sólo una reducida parte de la totalidad. Si los dioses y diosas (Elohim), crearon el Universo a partir de una vibración y esa vibración la relacionamos con la sexualidad, se nos está indicando simbólicamente la forma (para quién quiera entenderlo) de dar forma a esa creación particular que nos libera de la condición caótica inicial. La palabra “crear” adquiere en este momento un significado totalmente diferente. El ser humano tiene la facultad de crear una nueva vida (un nuevo ser), pero también tiene dentro de sí la semilla seminal para crearse a sí mismo, si sabe combinar inteligentemente la vibración y la sexualidad. Lógicamente, se requerirá un aprendizaje y reencuentro con esa olvidada música interior. No es casualidad que útero y laringe tengan tanto parecido. Un sabio uso de las energías sexuales en aras de un crecimiento espiritual, es la cosa más inteligente que puede realizar persona alguna. En cambio, el desaprovechamiento absurdo y egocéntrico de dichas energías, es una gran estupidez que la humanidad actual está pagando con su estado caótico como se puede observar en todas partes.

“Que Todos Los Seres Sean Felices”
“Que Todos Los Seres Sean Dichosos”
 “Que Todos Los Seres Sean Paz”

“Om Mani Padme Hum”

“I Shin Den Shin”
(De mi alma a tu alma)